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martes, 27 de mayo de 2014

CUMPLIR AÑOS

Es ley de vida. No hay otro camino, los días pasan y año tras año se enciende una vela más en nuestra tarta de aniversario.

Y no es tan malo, todo lo contrario, es señal de que estamos vivos, de que vamos acumulando experiencias, buenos y malos momentos, que conforman lo que en realidad somos. Echar de menos los tiempos pasados no tiene sentido, la niñez se va dejando dulces recuerdos, la juventud se aleja... pero siempre queda algo por descubrir, por iniciar, cada día es una nueva oportunidad. Porque la edad no es más que un estado del espíritu, no importa el año en que nacimos, sino cómo vivimos, cómo nos sentimos.

¿Hay algo más sabio que saber cumplir años? Es una de las partes más difíciles del arte de vivir, sobre todo cuando se llega a la etapa de la vejez -bonita palabra injustamente denostada-. Porque cuando el cabello encanece y la piel es surcada por profundas arrugas, parece que ya está todo perdido. Pero y ¿cuánto hay ganado? Lo vivido acumulado, enriquecida la persona con algo que a los jóvenes nadie les garantiza. Pues quién sabe hasta dónde llegará cada uno. El anciano tiene asegurada la vida que ha vivido. El joven teme la vejez que ni siquiera sabe si alcanzará.

La pasión de la juventud, la lucha de la madurez, la reflexión de la senectud. Del arrebato a la serenidad. ¿No es eso la vida? Y qué mejor que, con los años, dejar de hacer lo que se supone que está bien, lo que se supone que se espera de ti, y hacer sin miedo lo que te parezca mejor. Además, está claro que cada edad nos da un papel diferente -como cada estación trae sus propios frutos-. Somos los mismos pero a veces no nos reconocemos del todo en lo que somos hoy. Decimos no cuando es no, por ejemplo.

Así, cumplir años es motivo de alegría, de nuevas esperanzas. Cumplir años es ir aprendiendo a valorar lo que nos rodea, con quiénes podemos contar, establecer prioridades, disfrutar del tiempo. Ir llenando nuestra mochila de la vida. Y nunca seremos viejos, en el peor sentido de la palabra, si seguimos amaneciendo con ilusiones, con proyectos, con inquietudes... Sin dejar que una ociosidad insípida nos embargue y diluya nuestros días.

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"No hay propiamente edad de la vejez. Se es viejo cuando se comienza a actuar como viejo." (Georges Clemenceau)

"En el fondo de nosotros mismos siempre tenemos la misma edad." (Graham Green)

"Cuando me dicen que soy demasiado viejo para hacer una cosa procuro hacerla enseguida." (Pablo Picasso)

"Todo el mundo quiere llegar a la vejez pero a nadie le gusta que le llamen viejo." (Proverbio danés)

"Envejecer es todavía el único medio que se ha descubierto para vivir mucho tiempo." (Charles A. Sainte-Beuve)

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Felices, pues, por cada año que cumplamos.



CDR

sábado, 24 de mayo de 2014

PELOTAS

Pelota, del homónimo provenzal que a su vez proviene del latín pĭla

Una de las definiciones de pelota es bola de materia blanda, como la nieve, el barro, etc., que se amasa fácilmente. ¡Quién no ha disfrutado haciendo bolas después de una nevada! Y qué buenas están las pelotas -bolas de carne y pan- caseras que preparan las madres para el cocido.

También es una pelota la bala de piedra, plomo o hierro, con que se cargaban los arcabuces, mosquetes, cañones y otras armas de fuego.

Y la batea de piel de vaca que usaban en América para pasar los ríos personas y cargas.

Cómo olvidarnos, además, del eterno pelota, persona aduladora, que hace la rosca, para conseguir algún beneficio a cambio, claro.

Sin embargo, la acepción más conocida es la de bola de materia elástica que le permite botar, y que se usa en diversos juegos y deportes. Mundialmente conocida como balón. De hecho, ahora mismo está rodando una por un campo luso que tiene en vilo a miles y miles de personas. Y así todo el año: Liga, Copa, Champion, Eurocopa... y en unos días el Mundial de Brasil. Encima España es favorita. ¡Tiene pelotas! Como si no hubiera cosas más importantes.

Sin ir más lejos, las elecciones de mañana. ¿No van a ir a votar? Muchos perderán esa oportunidad precisamente porque están en Lisboa. Todos estamos hastiados de la clase política, por eso mismo hemos de reflejar nuestro descontento en las urnas, no quedándonos en casa. Así que la pelota está en nuestro tejado. Si no hacemos nada, luego no tendremos derecho a quejarnos.

Y es que se podría decir que tenemos una buena pelota - acumulación de deudas o desazones que, siendo una por una de escasa entidad, juntas resultan graves- en este país. Y ya saben, las pelotas de problemas van cobrando fuerza y creciendo a medida que ruedan, algo tendremos que hacer para pararla. Europa, ¿sí o no? Eso ya se decidió en su momento, aunque puede que no sea irreversible. Lo que es necesario es no ser la pelota de la Unión, es decir, la que pasa por todas las manos.

A ver si mañana somos capaces, como dicen en Cuba, de botar la pelota, o sea, de hacer algo inusual o sorprendente; empezar un cambio visible, más allá de los corrillos.

Si no, otra opción -la que venimos practicando- es hacerse una pelota y dejar pasar el temporal. Pasar la pelota a otros, evadiendo la propia responsabilidad.

¿Hasta que nos dejen completamente en pelotas?

CDR

domingo, 11 de mayo de 2014

RECUERDO



Las paredes blancas
de una habitación sombría
-no por falta de luz,
sino por melancolía.-

El silencio atronador,
la inminente pérdida,
la impotencia que sentía.

Fuera, el cielo nublado
como mi alma por dentro.
Las horas interminables
en un desfile eterno.

Náuseas, tristeza,
fiebre, dolor...
¿Por qué yo?
o mejor
¿por qué tú?

Más dolor,
sangre,
lágrimas...
como cuando alguien
viene a la vida.

Pero sin risas,
porque no venías,
te ibas.

Más dolor...

Salir de allí completamente
vacía.

CDR

sábado, 10 de mayo de 2014

VELADA LITERARIA

Anoche tuvimos ocasión de asistir a un encuentro con el escritor valenciano Rafael Chirbes (Tabernes de Valldigna, 1949), evento al que yo personalmente acudí con la seguridad de que se trataba de un lujo poder acercarnos a un autor de los más importantes dentro de la narrativa contemporánea y que, una vez pasado, diré que superó, sin duda, todas mis expectativas.

Lo primero que sorprende es la cercanía del escritor, que estaba en la librería donde se celebraba el encuentro, los minutos previos al comienzo del mismo, como uno más, mezclado entre la (poca) gente que acudimos, hojeando libros -incluso compró uno- y charlando con nosotros. Eso en cuanto a cercanía física (de la que también hablaba su sencillez en la vestimenta, su mochila, su libretita de notas en la mano). Y posteriormente, una vez acomodado en su lugar privilegiado de escritor que va a hablar sobre uno de sus libros, se mostró igualmente próximo, en lo que se convirtió -como bien anunciaba el cartel- en un ameno diálogo que se alargó casi dos horas, porque podría haber continuado toda la noche. Al final, fue más una reunión de colegas que la presentación de un libro o la charla de un envanecido escritor.

Rafael Chirbes es autor de nueve novelas, desde los años ochenta, entre las que destacan las dos ultimas: Crematorio (2007) y En la orilla (2013), reconocidas ambas con el Premio de la Crítica Narrativa. Por qué no es más prolífico, según explicó, no se debe a que tarde años en escribir una nueva novela, sino a que sí tarda bastante tiempo en cambiar de punto de vista sobre lo que escribe, pues cada obra es el resultado de una visión de su época, de la etapa en la que se encuentra, y de la desazón resultante ante la realidad. Es como un proceso de catarsis personal que culmina con una novela y que debe reiniciarse cada vez para escribir la siguiente. Así, Chirbes dice huir de los encasillamientos del estilo, si bien su narrativa destila una personalidad inconfundible, pero trata de mostrar perspectivas diferentes aunque el trasfondo siempre sea el mismo: el retrato de la sociedad española. Quizá las dos novelas mencionadas tengan mucho que ver, sean muy parecidas, más próximas en el tiempo, pero en el caso de Minoun (1988) -una exquisita novela corta sobre un profesor de español en Marruecos, una mirada a África cuando todos los ojos empezaban a estar puestos en la ansiada europeización-, o de otras más recientes, como La buena letra (1992) o Los viejos amigos (2003), poco tienen en común, más allá del pesimismo del autor, que refleja las distintas etapas por las que va pasando nuestro país. No en vano, Chirbes es historiador y considera que no somos más que historia.

Ajeno al mundillo literario, hombre solitario, vive en una casa en el campo -cerca del pantano de Pego, escenario de su última novela- con sus dos perros. Se considera realista en el más amplio sentido de la palabra, deudor de una infinidad de autores que nombró como sus maestros en la escritura, pero no en una lista aprendida, una mera enumeración, sino al hilo de la conversación, espontáneamente, porque forman parte de su experiencia vital. Si acudiera a los cócteles con escritores y estuviera siempre colgado al teléfono con los editores, no hubiese tenido tiempo de leer, afirmó. Y ha leído mucho, eso se nota. ¿Acaso no es eso la literatura? "La literatura que no es conocimiento no es nada". Chirbes opina (y así concibe él la literatura) que hay que ser uno mismo, pensar por uno mismo, averiguar la verdad, no dejarse manipular ni deslumbrar por el discurso mayoritario. (¿Cómo se puede ser socialista en un país en el que no se encuentra ni un solo libro de Max Aub, por ejemplo?) Por eso, aunque no gusta de los oropeles literarios en cuanto a promoción de los libros, sí se siente orgulloso de publicar sus libros, de que lleguen a lectores que puedan sentirse identificados con las inquietudes que plasma en sus obras y que, de alguna manera, reflexionen sobre lo que está pasando. Sin embargo, a priori, Rafael Chirbes no piensa en el lector que va a leerle, pues, como se ha dicho, la escritura para él es un proceso personal con el que busca liquidar un malestar íntimo en un momento determinado. Ni tampoco tienen sus novelas un plan preconcebido. ¿Se puede escribir un libro de más de cuatrocientas páginas sin haber esbozado siquiera un esquema? ¿No será esto falsa modestia? Hay escritores que, efectivamente, necesitan estructurar previamente lo que van a escribir, pero Chirbes se confiesa intuitivo, anárquico en ese sentido. Sus personajes son él mismo, todos y cada uno de ellos manifiestan una parte de él. Todo empieza con una pesadumbre que germina en su interior; la experiencia, el trabajo y el pulimento hacen el resto. Y observándolo, escuchándole hablar, no puede estar mintiendo.

Reivindicativo, extrañado, lúcido, firme... así se muestra este escritor valenciano ante la actual sociedad globalizada. Habla de un país que se dejó cautivar por los cantos de sirena europeos (alemanes) y ha ido perdiendo su masa industrial a pasos agigantados, que no es más que un pelele en manos de políticos sin escrúpulos, multinacionales extranjeras, y medios de comunicación manipuladores. Y los ciudadanos están cabreados, el problema es que el cabreo sin pasar por el filtro de la razón es muy peligroso, así que el futuro no parece demasiado alentador. Entonces, ¿es que no hay esperanza? Su papel como escritor no es ese (si quieren esperanza, pídansela al cura, o créanse las mentiras de los políticos, o vayan al psiquiatra) , simplemente es mostrar la realidad tal y como él la ve.

CDR

miércoles, 7 de mayo de 2014

LENTEJAS

Las lentejas -como la higuera de Juana Ibarbourou, áspera y fea- con su color marrón y su poco atractivo apellido de legumbre, son una especie de símbolo del castigo por excelencia en la niñez. ¿Quién no ha renegado de un plato de humeantes lentejas, arrugado el morro, enfadado por la intransigencia paterna que obligaba a tener delante el mismo plato hasta que apurase su contenido? Al menos en las generaciones anteriores. Porque hoy en día, si es que alguien sigue cocinando a fuego lento esas exquisitas leguminosas -ya de adultos algunos las apreciamos-, seguro que no tendrá inconveniente en preparar otro guiso, o abrir una lata o bote o bolsa, para el niño que eternamente se niega a comer ese manjar.

Y esa actitud de apartar el castigo, sustituir por algo apetecible lo que es despreciado, viene a convertirse en una metáfora de la educación de los hijos hoy. Sí, y voy a contar una anécdota para que se entienda por dónde voy.

Una maestra, ya cansada de que cierta niña no trabaje en clase, moleste y le conteste de mala manera a la tierna edad de ocho años, utiliza esa herramienta moderna de comunicación con los padres que es la agenda escolar para informar en casa de que la hija no ha hecho en el día de hoy las tareas. Es como la gota que colma el vaso, no es que la maestra se haya levantado hoy con el pie izquierdo y por un día que la niña no trae los deberes se pone hecha un basilisco. Es que ya le parece que es hora de avisar a la familia de la actitud negativa de Marianita. Debes traer esto mañana firmado. Y con malos humos la niña cierra la agenda y la guarda en su mochila. Al día siguiente no hace falta que la señorita se la pida, pues ella se la lleva diligente a su mesa, abierta por la página en cuestión, y la maestra puede leer la respuesta materna: "Ayer tampoco se comió las lentejas." Mensaje escueto pero clarificador, rubricado de puño y letra.

Esto no es un cuento. Es algo que me ha contado hoy una compañera al verme bastante afectada por una situación que he se ha producido en una de mis clases. Y es que, a fecha de hoy, tras siete meses de voluntad dialogante, avisos, miradas, cientos de respiraciones profundas e infinidad de oídos sordos, he osado llamar a un padre para explicarle que me resultan intolerables ya las malas contestaciones de su hijo. La respuesta al otro lado del hilo telefónico ha sido que me las apañe con el niño como pueda porque él ya tiene bastante con aguantarlo en casa.

Perdóneme, pero yo no soy responsable de que a un padre se le haya ido de las manos un niño de doce años, es decir, su obligación es "aguantarlo" si es que no ha sabido educarlo, pues para eso es hijo suyo. Pero no es, por el contrario, mi obligación, pues yo simplemente -y como se encargan de recordarnos a su vez muchos progenitores- soy su profesora. Sin embargo, en eso se están transformando poco a poco pero sin pausa los centros escolares, en meros receptáculos de niños y adolescentes, con el fin primordial de que estén "controlados", sin importar mucho si aprenden o no.

Y nosotros, docentes casi denigrados por nuestras prebendas laborales, tenemos que ser guardas jurados (pero sin ningún tipo de autoridad) en las puertas de acceso, los pasillos y los patios, administrativos, multicopistas, mediadores de conflictos entre nuestros pupilos, psicólogos... y a ratos profesores de nuestra especialidad. Por supuesto, además, estar disponibles no solo en las horas estipuladas a tal efecto, sino en cualquier momento que a los papás les venga bien venir a hablar con nosotros, porque ellos trabajan y no tienen flexibilidad horaria.

Al final del día, sosegado el ánimo y pasado el disgusto, la única reflexión que se me ocurre es que cada padre "aguantará" a su hijo para el resto de su vida, mientras que yo solo tendré que aguantarlo ochocientas setenta y cinco horas en el curso. Así que, cuando le retire el plato de lentejas y premie a su pimpollo con un sándwich, una pizza o un huevo frito, me da igual, acuérdese de que de lo que se siembra se recoge... y de lo que se come se cría.

CDR

domingo, 4 de mayo de 2014

EL PODER Y LA VIOLENCIA

Hoy, a la entrada de una nueva semana, recomendamos una lectura sobria, intrigante y que quizá sea apropiada para esta época, mejor antes de que llegue el verano y no apetezcan estas novelas para reflexionar y conocer un poco mejor los mecanismos que han originado determinados hechos históricos.

Ken Kalfus (Nueva York, 1954) es un escritor y periodista poco conocido en nuestro país, más pródigo en relatos cortos, si bien sus dos novelas han sido publicadas por Tusquets en España. La primera publicada -segunda en orden cronológico-, Un trastorno propio de este país (2008), trata la tragedia del 11-S en Estados Unidos con un negro sentido del humor repleto de ironía. Y después la novela que hoy recomendamos, El parpadeo eterno (2011), -escrita en 2003- con un tono más sobrio y contenido, sobre los claroscuros de la Revolución Rusa. El autor se basa en su propia experiencia vivida en Belgrado y en Moscú, utilizando su conocimiento del pasado soviético para mostrar una situación que se extiende más allá del comunismo ruso: el poder político, en general, encierra en sí el germen de la violencia. El título original en inglés, The Commissariat of Enlightenment, quizá sea más claro con respecto al contenido del relato, puesto que la historia se centra en las actividades del Comisariado de Instrucción Pública, verdadero brazo propagandístico al servicio de Rusia.

La historia comienza justo en el momento histórico previo al fallecimiento del célebre escritor ruso Tolstói, acogido en su casa por el jefe de la estación de Astapovo (1910). En esta primera parte de la novela, denominada PRE-, se nos presentan los personajes principales y se trata de manera paralela las relaciones que entre ellos se van estableciendo con la narración de los primeros albores del cine y de la ciencia mortuoria, que comenzaron a desarrollarse a inicios del siglo XX. La muerte del anciano escritor representa el cambio de una época. Sin embargo, la segunda parte, POST-, que nos lleva hasta la muerte de Lenin en 1924, queda subyugada por una fuerte carga ideológica. Así, los personajes principales -Nikolai Gribshin, después Astapov, o Vorobev- perfectamente dibujados al principio, acaban diluyéndose bajo la omnipresencia del personaje de Stalin, en una poderosa crítica política del autor, que resta ritmo y menoscaba la trama argumental. No por ello negaremos la habilidad de Kalfus para crear una historia atractiva e interesante, además de bien documentada, como demuestra la amplia bibliografía final. Pero no conviene olvidar, según afirma el propio autor, que estamos hablando de ficción, y que no trata de realizar una revisión histórica. El contexto de violencia y de dureza de aquellos años queda de sobra plasmado en la novela, con trazos, atmósferas y escenarios que rozan la exageración narrativa. Se puede decir que las imágenes superan aquí a la palabra escrita.

Nos quedamos, pues, con la reflexión final: actualmente, en tiempos de democracia, la violencia sigue derivando del poder.

¡Feliz lectura!

CDR

sábado, 3 de mayo de 2014

MAESTRO ERUDITO

Tal día como hoy nació en Barcelona hace cien años Martín de Riquer Morera. Poco le faltó a este medievalista, doctor en Filología Románica y especialista en literatura trovadoresca para soplar el centenar de velas, pues falleció en septiembre de 2013 a la considerable edad de noventa y nueve años.

Nieto del intelectual y artista Alexandre de Riquer. Ya en su adolescencia leía a los clásicos griegos y latinos y, aunque al principio quería ser helenista, quedó maravillado con el Tirant lo Blanch, de Martorell y Lo somni, de Bernat Metge.

Indignado por la persecución religiosa en el bando republicano, Martín de Riquer se pasó a los sublevados en 1937 y fue combatiente requeté en dicho bando durante la Guerra Civil Española. Como miembro del Tercio de Montserrat, Martín de Riquer participó en la batalla del Ebro en el bando franquista. Una vez acabada la guerra ocupó cargos en la Delegación de Propaganda franquista en la provincia de Barcelona y también ingresó en la Universidad como funcionario académico. En 1950 ganó en unas oposiciones la cátedra de Historia de las literaturas románicas y comentario estilístico de textos clásicos y modernos románicos con destino en la Universidad de Barcelona. Miembro de número de la Real Academia Española desde 1965 -a sus noventa y nueve años era en el miembro de la RAE más veterano con gran diferencia-, presidente de la Real Academia de Buenas Letras de Barcelona y miembro correspondiente de numerosas instituciones extranjeras. Fue catedrático emérito de Literaturas Románicas de la Universidad de Barcelona.

Riquer fue un eminente estudioso de la literatura en lenguas romances (sobre todo en el ámbito de las literaturas en provenzal, francés, castellano y catalán), una de las autoridades con mayor reconocimiento a nivel internacional. Destacan, entre su abundante obra editorial y crítica, los trabajos dedicados al Quijote (en especial su edición de la obra, considerada ya una de las clásicas), a la épica francesa, a la novela medieval, a los trovadores y al amor cortés, tema en el que llegó a ser en vida, la máxima autoridad junto a su discípulo Albert Hauf. Meritoria es asimismo su Història de la literatura catalana.

Tras la restauración de la democracia, Martín de Riquer fue elegido senador por designación real en la legislatura constituyente (1977–1979). Inicialmente en el grupo parlamentario Agrupación Independiente (cuyo portavoz era Justino de Azcárate) pasó al de Entesa del Catalans, que agrupaba a la práctica totalidad de senadores elegidos por las provincias catalanas, en agosto de 1978. No volvió a tener actividad política tras el fin de la legislatura.

En 1990 fue Premio Internacional Menéndez Pelayo en su sexta edición, en 1991 recibió el Premio Nacional de Ensayo que concede el Ministerio de Cultura, en 1997 Premio Príncipe de Asturias en Ciencias Sociales, y en 2000 fue Premio Nacional de las Letras Españolas.

En su faceta de profesor, Martín de Riquer transmitió conocimiento de la mejor manera que puede hacerse, contagiando a sus alumnos la pasión por los textos , el deseo ardiente de comprender y hacer legibles hoy a autores como Luciano de Samósata, Ramón Lllull, Ausiàs March, Chrétien de Troyes, Guillem de Berguedà, Boscán o Cervantes. Sus clases eran un portento de sabiduría, salpicada con el buen humor que siempre caracterizó su conversación y su modo de estar en el mundo. Afirmaba, tras largos años de docencia, que él nunca había trabajado sino que se había divertido. Y hoy, en su aniversario hacemos nuestro su genial consejo: "Busquen una manera de ganarse la vida que les divierta."

CDR

jueves, 1 de mayo de 2014

BASURA

¿A alguien se le ocurre tirar los desperdicios que produce a lo largo del día en su casa como si tal cosa? El papel higiénico, los algodones, las compresas... por el suelo del baño, las mondaduras de patatas, las latas, los bricks vacíos... por la cocina, los aparatos inservibles arrumbados por el pasillo, los paquetes de chicles, los botes de refrescos, las etiquetas y envoltorios de los objetos que estrenamos... Todo aquello que desechan imagínenselo esparcido por su hogar.

Parece algo absurdo, una locura. Pero no. Porque eso exactamente es lo que estamos haciendo con el Planeta, que es, quién puede negarlo, nuestra casa, el hogar que nos acoge y que venimos maltratando indiscriminadamente en todos los aspectos, no solo con contaminación invisible -o no tanto, pues en algunas zonas ya es tan densa que puede cortarse en el ambiente- sino también con toneladas de basura que se acumulan tanto en la tierra como en los mares, allí donde el ser humano tiene acceso, allí deja su inmunda huella.

Recientemente ha salido a la luz un estudio que denuncia la proliferación de residuos en el fondo marino. Es increíble que los barcos suelten su lastre de suciedad en las mismas aguas en las que faenan y por tanto les aportan el sustento (se han hallado abundantes muestras de utensilios de pesca); que los aviones lancen al vacío -como si en el trayecto se fuesen a desintegrar y desaparecer- los restos de sus viajes (se han encontrado lavabos de cerámica e incluso la caja de la balsa salvavidas de un avión militar). Y por si fuera poco, a esto se une toda la basura que los tranquilos bañistas dejan a pie de playa y acaban en el fondo del mar. Total, ojos que no ven... Pero el problema no es pequeño ni nos resulta tan ajeno como suponemos. Pues no es difícil imaginar, además de la baja calidad de las aguas de las que disfrutamos, que todos los residuos que llegan a los mares y océanos -ya sean sólidos o en forma de vertidos- llegan asimismo a las especies que allí habitan, muchas de las cuales compramos en las pescaderías e ingerimos, ajenos al nivel de tóxicos que acumulan en su organismo gracias a nosotros. Por no hablar del daño que se está haciendo al ecosistema marino en general (muerte de especies por asfixia, obstrucción; corales atrapados en redes fantasma; cañones submarinos atestados de plástico, etc.) Como esos montañeros que ascienden a una cima, acceden a un cañón... y una vez allí, amantes como son de la naturaleza, son capaces de dejar su basura, marca indeleble de su paso.

Porque no hay distinción, mar, montaña, da igual, la cuestión es la inconsciencia, el no pensar en los demás ni en el mañana.

Una noticia más en la música de fondo de nuestro día a día indiferente.

CDR