Vistas de página en total

jueves, 14 de enero de 2016

SOY MAMI: POSTUREO

No sé muy bien qué significa la palabra postureo, porque la he buscado en el diccionario y no aparece. Estoy muy desconectada de los medios últimamente, pero me imagino que es otro de esos vocablos inventados -repetido ya hasta la saciedad, con lo que supongo que la RAE acabará incluyéndolo- al calor del contexto socio-político tan enriquecedor que tenemos en este país. Porque estoy desconectada pero no aislada. Habría que estar aisladísima, de hecho, para no enterarse de la polémica suscitada a raíz de la aparición de un bebé ayer en el Congreso. Bien, pues puestos a inventar, yo elijo mi propio significado y voy a posturear un rato, que viene de postura, es decir, actitud que alguien adopta con respecto a algo.

Mi actitud principal sobre el tema es asombro, primero, y cabreo después, en mucha mayor medida. Me siento asombrada del revuelo causado, de las opiniones vertidas, de la demagogia utilizada y de las falacias interiorizadas que nos nublan el sentido común. Y estas mismas razones son las que me cabrean.

Me mantengo al margen de colores políticos, porque no los tengo. Y es más, diré abiertamente que no voté a Podemos el pasado día 20, entre otras cosas porque justo su política de conciliación es nula y su propuesta de creación de guarderías gratuitas desde los cero años no me parece que solucione un gran problema que tenemos las familias en general y las madres trabajadoras en particular. Ejercí mi derecho al voto, pero no me siento representada por ninguno de los políticos de la palestra pública. Por tanto, lo que expongo a continuación no tiene nada que ver con mi simpatía personal hacia la diputada que llevó a su bebé al hemiciclo y osó amamantarlo allí, teniendo guardería, niñera y marido disponibles. He de puntualizar, incluso para algunas madres que parecen haberlo olvidado, que ninguna de esas tres opciones cubre la necesidad de un lactante de mamar cada poco tiempo. Resalto también que si bien la diputada podría haberse ordeñado antes de ir al trabajo, como hacen las madres normales y corrientes, y haber dejado su leche para que otra persona se la diera, igualmente está en su derecho de no hacerlo, como no lo haría toda aquella madre corriente que pudiera efectivamente llevarse al bebé al trabajo. Y suponiendo que alguna no quisiera darle el pecho, con la ventaja de que el biberón es bastante menos personalizado que una teta, o gustosamente se extrajese leche, es totalmente respetable y digno. El problema está, y es el que tenemos la mayoría, en que no somos libres de elegir. A mí no me indigna que esta señora pueda llevarse al bebé a su lugar de trabajo, me indigna no poder hacerlo yo. ¿Privilegio de ella? Uno más, qué más da. ¿O es este el que más nos escuece? Al menos ella, que es visible, lo ha hecho. Y me da igual que sea un gesto para crear polémica, una manera de restregarnos a las demás su estatus, o una estrategia de populismo. Porque al fin y al cabo, desde ayer se está hablando de conciliación y se está hablando de dar teta y se está hablando de bebés, esos seres que no parimos para que vivan en un mundo paralelo al de los adultos, sino que nacen para ser criados y acompañados por sus padres, para ser cubiertas sus necesidades tanto físicas como emocionales.

Y es que lo que de verdad me cabrea profundamente es que no se tenga en cuenta el bienestar del bebé, que se obvie e incluso se desnaturalice el instinto maternal, que se nos engañe convenciéndonos de que hemos alcanzado la igualdad y la liberación por trabajar fuera de casa, que se nos venda que la mejor opción para nuestros hijos son las guarderías, las niñeras o los abuelos.

Porque, díganme, ¿alguien se enfureció cuando la vicepresidenta volvió a sus funciones a los cuarenta y dos días de haber dado a luz? ¿Y cuando Carmen Chacón y Susana Díaz hicieron lo mismo? No, entonces las alabaron por ser mujeres de bandera, reinsertadas en el sistema, de espaldas a su maternidad, demostrándonos a todas que las supermujeres no tienen depresiones posparto, no necesitan más que la estricta cuarentena para estar al cien por cien, y que es totalmente compatible tener un bebé de un mes escaso con rendir y figurar en su puesto. Nadie se quejó por que mujeres tan visibles tuvieran ese postureo...

Perdón, pero en esta mierda de sistema capitalista en que vivimos somos todos mera mano de obra, los hombres y las mujeres. Tras años de esquemas repetidos, de patrones aprendidos, entramos todos a la rueda de la productividad, la competitividad y el materialismo sin cuestionarnos nada. Trabajamos para ser mejores, para tener más cosas y acallamos nuestro instinto porque somos seres racionales, claro. Obviamos que a una madre se le rompe el corazón el día que tiene que dejar a su bebé, tras la miserable baja maternal, con menos de cuatro meses y volver al trabajo. Y si no vuelve, pierde su puesto, y pierde su prestigio social. No está bien visto sacrificar una carrera por criar a tus hijos. Y no nos damos cuenta de que esto no es justo. Nos consolamos y consolamos a las demás diciéndonos y diciéndoles que en realidad los bebés no lo pasan mal, que se acostumbran en seguida, que tenemos que ser fuertes, que nos va a venir bien salir de casa, desconectar de cacas, vómitos y mocos... ¡Menudo engaño!

Me gustaría aclarar, además, que no se trata de que todas y todos nos llevemos a nuestros hijos al lugar de trabajo, aunque no estaría mal que se pudiera hacer puntualmente, que se viera normal que en un momento dado, en ciertos lugares o según qué tareas, pudiera una madre o un padre llevarse al niño. Pero al menos bastaría con reconocer que es un tema urgente a tratar y aceptar que estamos relegando a los niños a un segundo plano en nuestras vidas, lo cual me parece que debería cambiar ya. Argumentar que es así como se ha hecho siempre me parece muy pobre, ignorante e incluso prepotente, pues el ser humano lleva sobre la faz de la tierra muchos miles de años y existen numerosos modelos y estilos de vida, de producción, de maternidad, de feminidad, de masculinidad... y de todo.

Reflexionemos sobre el hecho de que cada vez nacen menos niños y las parejas tienen a los hijos más tarde. No se fomenta la familia, no se prestigia el criar hijos, que son el futuro, con apego y dedicación. De hecho, seguro que alguien me está tildando ya de machista, vislumbrando en su mente que yo abogo por una mujer en casa, esclavizada con los hijos. No, no, yo soy feminista, pero no de las que quieren ser como los hombres, sino de las que quieren ser mujeres, en igualdad como seres humanos pero con derecho a vivir plenamente las diferencias que supone la feminidad. Porque el padre también tiene derecho a bajas y a permisos por tener hijos, por supuesto, pero los seis primeros meses al menos, el bebé necesita a su madre, es imprescindible el vínculo con ella. Además, si la lactancia -cosa que solo puede hacer la madre- debería ser exclusiva durante este tiempo, ¿cómo es posible que la baja maternal sea menor? Pues hemos avanzado mucho, me dirán. Que sea mejor que antes no significa que debamos conformarnos. Ni nosotras, ni ellos.

Solo digo que cada una deberíamos poder hacer lo que quisiéramos con nuestra maternidad. Solo digo que me entristece que nos ataquemos entre nosotras, que no respetemos la elección de cada una. Solo digo que estoy harta de que se nos juzgue y se nos diga lo que está bien y lo que está mal... En definitiva, solo digo que somos personas, seres sociales, pero también mamíferos y como tales tenemos patrones genéticos e instintos que no podemos borrar por muy superiores, modernos y avanzados que nos creamos.

Este es mi postureo de hoy.

CDR

lunes, 11 de enero de 2016

A MANO

El siglo XXI avanza peligrosamente.

En muchos sentidos. Pero hoy se me ha ocurrido pensar en esto:

¿Conocen muchas casas en las que no haya microondas, secadora, lavavajillas, nevera gigantesca, lavadora de gran carga, robot de cocina, máquina para hacer pan, gofrera, heladera, horno eléctrico para pizzas, elegante cafetera, vinoteca y un largo etcétera...? Utensilios que supuestamente nos hacen la vida más fácil, pero inútiles a la hora de la verdad. Y eso repasando tan solo una de las estancias de la casa, ni que decir tiene que la tecnología campa a sus anchas en nuestros hogares, incluso con aplicaciones en nuestro móvil para controlar las tareas cotidianas cuando estemos fuera.

Sin embargo, lo cierto es que para simplificarnos de verdad la vida deberíamos huir de todos estos aparatos. Ir a pasear por la naturaleza solo con una mochila, dormir en una tienda de campaña, darnos cuenta de que la verdadera felicidad y el lujo de verdad, en el fondo, es el silencio, el espacio y el tiempo.

Porque sueño la autenticidad de una vida sin tecnología.

Pero aún hay más:

Cuando dejamos el coche aparcado y vamos caminando a nuestro lugar de trabajo e invertimos, pongamos, media hora en un trayecto que podría hacer en cinco minutos, pensamos que estamos perdiendo el tiempo. Del mismo modo que cuando lavamos los platos a mano, tendemos la ropa, preparamos el café con un filtro o pelamos y troceamos verduras en lugar de meter un envase preparado en el microondas. Estamos perdiendo el tiempo. Sin embargo, ¿no es cierto que en el coche solemos ponernos nerviosos en los continuos atascos o por falta de aparcamiento? Y, ¿qué hay de bonito en el monótono zumbido de un microondas desangelado en medio de una fría cocina? Se me ocurre pensar hoy en la belleza de preparar una comida juntos, de las sábanas tendidas al sol y no dando vueltas en una secadora aséptica. ¿Cuánta energía desperdiciamos? Energía mental y física, con cada enfado por las prisas; energía del Planeta con cada botón que apretamos cuando podemos realizar esa misma acción de manera natural. ¿Cuántos momentos nos perdemos? ¿Qué recuerdo tendrán nuestros hijos creciendo entre envases plastificados y artefactos para todo?

Así, mis propósitos para este nuevo año son: adiós al estrés, adiós a los aparatos innecesarios. Voy a hacer (todavía) más cosas a mano, así tendré más tiempo para meditar y hacer pausas, así nacerán ideas y temas de conversación en casa. Porque estoy segura de que con menos aparatos, además de ganar espacio y dinero, recuperamos tiempo, recuperamos diálogo.

Ahora, de hecho, voy a poner el hervidor antiguo al fuego y voy a escuchar la poesía de su silbido, la que forma parte del juego de servir el té.

A contra corriente sigo adentrándome en este siglo futurista.

CDR