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lunes, 30 de octubre de 2017

(J)AULAS

Hoy ha empezado para mí el curso escolar, un mes y medio después del comienzo oficial. El motivo es que hasta ayer estuve disfrutando de mi permiso por maternidad, a la vez que mi alumnado ha sufrido estar sin nadie que le dé clase, porque aún tratándose de una baja con tanta antelación como desde abril, no se ha mandado sustituto en mi puesto, desconozco por qué razones aunque se me ocurren algunas y ninguna de ellas tiene que ver con la calidad de la enseñanza, los derechos de los alumnos ni la consecución de objetivos, cosas que sí se nos exigen a nosotros a diario desde la Administración. Una vez más es el de abajo, el débil el que paga las consecuencias.

...

Hoy he conocido a muchos niños y niñas de entre once y trece años, ya en la preadolescencia, y todos ellos me han caído bien, he visto mucha diversidad y muchísimas cosas en común. Y he llegado a casa con las mismas preguntas de siempre rondándome la cabeza, esta vez con una descarada insistencia. Las dos más importantes serían: por qué están etiquetados tanto como individuos como por grupos y por qué los centros, las materias, las clases siguen anquilosadas en el pasado. ¿No estamos en pleno siglo XXI? Eso no significa solo aulas repletas de ordenadores y pantallas digitales, es algo más, es una actitud, un cambio que poco a poco se va gestando en algunos centros pero que en la mayoría está a años luz. Y a mí me parece que ya está bien de agrupar a los alumnos solo por el criterio de la edad. Que ya está bien de cargarles sobre la espalda el "listo" o "tonto" (así o con otros términos políticamente correctos pero igual de limitadores) solo por notas que no cuantifican más que la inteligencia digamos académica. Que ya está bien de que el instituto sea un mundo pararelo, con materias especializadas sin conexión alguna ni entre ellas ni con la realidad, con horarios rígidos, con un funcionamiento, en definitiva, que más recuerda a una fábrica, a una cadena de producción, que a un lugar agradable donde aprender y crecer. Que ya está bien de que no aprovechemos los años que los alumnos pasan con nosotros para ayudarles a que todos puedan alcanzar su máximo potencial, independientemente de su nivel social o de su capacidad intelectual.

...

Tengo mucho, muchísimo que decir sobre esto, y diré más en otras entradas, seguro. Pero hoy terminaré aferrándome a la esperanza (a la vez que a la tristeza de la soledad) de que al menos yo -este curso más que nunca, ya me he cansado de las medias tintas- voy a trabajar de otra manera con mi alumnado, ofrecerles algo más que conocimientos, divertirme con ellos y sembrar en su interior la semillita de la confianza, la autoestima, la colaboración... para que después puedan florecer y contribuir a un mundo mejor.

El futuro ya está aquí y tarde o temprano las (j)aulas tendrán que abrirse.

CDR

domingo, 8 de octubre de 2017

LO IMPORTANTE

Lo importante es
saborear las cosas buenas
de la vida,
que suelen ser
pequeñas,
concretas,
que suelen pasar
desapercibidas,
mientras buscamos
hechos grandes,
abstractos,
que nos nublan la vista.

La excusa, siempre,
es que nos falta tiempo,
pero, ¿cuánto necesitas
para mirar al cielo?
¿Cuánto requiere pararse
y respirar tranquilo?
¿Llamar a un amigo?
¿Preparar una comida?
¿Escuchar una risa?
¿Sentir un abrazo?
¿Dar un paseo?
¿Oler una rosa?

Es importante
vivir las emociones
plenamente,
sin miedo,
siente.

Es importante
aceptar las cosas
como son,
aunque causen dolor,
crece.

Es importante
hacerte preguntas,
aunque no encuentres
respuestas,
duda.

Es importante
ser responsable
de tus errores,
pero sin culpa,
pide perdón,
aprende.

Es importante
fracasar con una sonrisa
y levantarse,
comienza.

Es importante
ser auténtico,
tener paciencia,
no juzgar,
observa.

Lo importante es
vivir más despacio,
reflexionar con calma,
alejarse de los titulares
estridentes
y acercarnos a lo verdaderamente
esencial.

CDR

lunes, 2 de octubre de 2017

POTENCIAL

Hace poco leí este cuento de tradición budista -que tiene muchas versiones- y me ha apetecido compartirlo hoy aquí:

"Érase una vez un hombre que iba andando por el campo. En un hueco en la roca encontró un nido de águila real, donde la hembra y el macho estaban muertos y junto a sus cadáveres habían dejado un huevo. El hombre se llevó el huevo a su granja y lo metió en el gallinero con todas sus gallinas.

Las gallinas empollaron el huevo como si fuera de gallina, lo cuidaron y finalmente el pequeño águila nació. Al salir del huevo, empezó a imitar a las gallinas, a picotear, a andar igual que ellas… y vivió como una gallina durante años.

Un buen día, una sombra cruzó el gallinero, y al mirar arriba vio un águila real que sobrevolaba la granja a toda velocidad. Asombrado por su majestad, su figura y su velocidad le preguntó a la gallina más cercana qué era ese animal, a lo que la gallina contestó:

– Eso es un águila real. Alcanza velocidades de hasta 200 kilómetros por hora, ve con ocho veces la precisión de los hombres y puede cazar a su presa desde distancias totalmente impresionantes.

Mientras escuchaba la explicación, el pequeño águila real miraba admirado hacia arriba y la gallina prosiguió:

– Pero no mires así. Tú eres una gallina como yo, y nosotras las gallinas jamás podremos ser como ese águila, tan majestuoso.

Y durante muchos años, el águila vivió como una gallina, y al final de sus días murió como una gallina, siempre recordando admirado cómo había visto una vez un águila real sobrevolar su granja.”


¿Qué hubiera pasado si mamá gallina le hubiera dicho a su hijo que lo intentara? ¿No hubiera conseguido el águila descubrir su capacidad para volar, su verdadera naturaleza, si no hubiese sido víctima de unas creencias limitantes?

Numerosos factores en la vida provocan que creamos tener muros donde en realidad tenemos ventanas. Busquemos en nuestro interior para reconocer nuestro potencial y aprovechemos las oportunidades para desplegarlo.

CDR

martes, 26 de septiembre de 2017

MEDITACIÓN

Meditar no tiene nada que ver con ninguna religión,
ni hay que ser especialmente espiritual.

Meditar es gratis, legal, y no tiene contraindicaciones,
no necesitas a nadie para practicar.

Meditar, resumiendo, es respirar conscientemente,
respirar y expandir esa sensación por todo el cuerpo.

Meditar, sí, es ser consciente de tu cuerpo, de tus emociones,
de tus pensamientos, y conectar contigo misma.

Meditar es conocerte, prestarte atención, darte cariño,
aceptarte y sumergirte en tu propia experiencia.

Meditar es reconocer que la vida es maravillosa,
que la muerte es inevitable y que nada permanece.

Meditar es entender que todo lo que haces tiene consecuencias,
no solo para ti misma, positivas y negativas.

Meditar es, por ejemplo, atrapar la mente mirando el cielo azul
y alejar los malos pensamientos.

Meditar es, por ejemplo, dedicar diez minutos, solo diez,
a estar a solas y volver al hogar que tienes dentro.


CDR

viernes, 22 de septiembre de 2017

INDIGNADA

En los últimos meses me han ocurrido tres anécdotas que voy a relatar a continuación, porque necesito contarlas. La primera ya me removió las ganas de escribir, pero la dejé pasar, recién empezado el verano. Cuando me sucedió la segunda, me prometí que escribiría sobre ello, ya que clamaba al cielo. Pero con lo que me pasó ayer dije basta, considero que este trío debe, sí o sí, ser expuesto, a ver si al menos escribiendo se me pasa un poco el enfado.

1. Principios de julio. Tuve que llevar a mi madre a renovarse el DNI a una comisaría de policía. La cita fue sacada con muchísima antelación y llegado el día, se dio la circunstancia de que mi madre estaba con ataques de vértigo. Unas horas antes de acudir a la cita, la mujer había avisado al centro de asistencia y cuando yo fui a buscarla no se encontraba nada bien. Aún así, valorado por la médica que el empeoramiento se debería seguramente a haberse lavado la cabeza poniéndola hacia abajo, mi madre se hizo la valiente y nos desplazamos con el coche a unos veinticinco kilómetros de casa para la renovación. Porque resulta que sacar cita previa es una odisea y tener una es como un tesoro, además de que si te pasas de la fecha de validez, hay que pagar (más), por supuesto. Les diré que mi madre tiene setenta y nueve años, y aparte del mencionado vértigo, sufre artrosis en las rodillas y prácticamente en todos los huesos, por lo que camina con dificultad, agravado si cabe por un ictus leve que le dio en febrero. Por si esto fuera poco, padece hipertensión y todas las mañanas se toma una medicación que la obliga a ir al año a menudo. Creo que se harán una idea de lo que todo esto supone y de que después de un viaje de veinte minutos, bajar del coche y subir unas escaleras hasta la sala de espera, la mujer necesitara urgentemente un aseo. Cuál fue mi sorpresa cuando yo llegué unos minutos más tarde cargada con mis dos hijos, el mayor, pequeño pero andando y el otro en un carro que el portero no me ayudó a subir, y mi madre me dijo que no la dejaban entrar al servicio. Me dirigí al guarda, portero o lo que fuese aquel hombre tan amable y me explicó que no había aseo disponible para la gente, que era un baño de hombres para los policías y empleados y que ya lo había preguntado al sargento y no podía ser. Le hice ver que era urgente y siguió en sus trece, no sin indicarme que bajando la calle seguro encontraríamos algún bar al que poder entrar. Perdone, es que mi madre no puede casi andar y tiene vértigo... No es no y yo no puedo hacer nada. Con la mandíbula desencajada me esforcé en preguntarle cuánto nos quedaba para entrar porque ya estábamos en hora y no quería que al volver de buscar un baño me dijese que se nos había pasado el turno. Y me dijo tan tranquilo, como si encima fuera una enorme suerte, que nos quedaba mucho todavía, que había retraso. Genial. Volví a bajar el carro sin ayuda, salí a la calle mirando de reojo a mi mareada madre y descubrí que, a simple vista, no parecía haber ningún bar cerca. Descubrimos unos portales más abajo una peluquería y allí fue mi madre a pedir por favor que la dejasen orinar. Afortunadamente cuando sacas licencia de apertura de un establecimiento público te obligan a tener un servicio, y más afortunadamente aún la dueña de la peluquería era una persona amable y empática, porque todos sabemos que aún teniendo aseo no existe la obligación de dejarte entrar si no eres cliente del negocio. Sin embargo, lo que me parece increíble es que en un lugar público, de servicio al ciudadano, donde se expone con orgullo un cuadro con el código ético que rige tan noble Cuerpo de Policía, y donde se producen esperas de más de una hora, donde acude tanta gente a diario, desde niños hasta personas mayores, para tramitar documentos, no haya un aseo a disposición de los usuarios. Y bien, aún suponiendo que no lo haya, que no sea obligatorio, ¿no hubiese sido lo correcto dejar pasar a mi madre estando en tales circunstancias? Y por otra parte, ¿no hay en esa comisaría ninguna mujer agente, ni trabaja ninguna empleada? Perdón, pero, ¿dónde mean ellas?, ¿en el bar de la esquina?, ¿en la peluquería de enfrente? Me dirán que si hubiesen dejado a mi madre entrar como una urgencia, eso se podría desmadrar y entonces todas las personas que había allí pedirían desaforadamente un váter. Pues lo siento, es verdad que a veces los aseos públicos dan asco, pero no por ello va a dejar de haberlos y vamos a ir haciendo nuestras necesidades por la calle, es responsabilidad de cada uno hacer un uso correcto de ellos. Y les diré que no puse reclamación ni pedí hablar con nadie porque estaba preocupada por mi madre, atenta a que por fin nos tocara entrar y acompañarla, y con un bebé lactante de dos meses, cosas todas ellas que no me permitían ir libremente a expresar mi queja, ni quería montar un espectáculo delante de mi hijo mayor -soy su ejemplo y no estaba tranquila- y sí largarme de allí lo antes posible.

2. Mediados de agosto. A mi bebé le toca la revisión del niño sano y la vacuna de los cuatro meses, y vamos tranquilamente a su pediatra a tales menesteres. El doctor, con su barba y su bata blanca, me formula las cuestiones de rigor, revisa y mide al niño, como protocolo manda. Pero mientras escribe el informe en el ordenador, me pregunta si voy a ponerle la vacuna de la meningitis b. Le digo que no. Les explico antes de reproducir su respuesta: vacunar no es obligatorio; hay unas vacunas establecidas como importantes, según zonas epidemiológicas -de hecho varían por comunidades- y estas configuran un calendario de vacunaciones financiado por la Seguridad Social. Y aparte hay otras vacunas que no entran en el calendario prescrito y no son financiadas. Es decir, los padres elegimos, en primer lugar, si vacunamos o no, y después, si hemos decidido que sí, si ponemos o no las vacunas que no entran en el calendario. Bien, pues este señor, tan tranquilamente, por lo visto con el poder que le otorga su título, nos dijo que pesaría una gran culpa de por vida si nuestros hijos morían de tal enfermedad y que, es más, no vacunar a los niños se considera maltrato infantil. De verdad, me dejó de piedra y sin palabras. No pude decirle, ¿perdone?, lo primero, ¿quién es usted para hablarnos así? y, ¿quiere decir que las familias que no pueden costear una vacuna de cuatro o dos dosis, según la edad, que vale más de cien euros por dosis son unos maltratadores?, ¿significa eso que no somos libres de decidir sobre la salud de nuestros hijos?, ¿me podría explicar si esta vacuna es tan importante y vital por qué no está financiada, teniendo en cuenta que el gasto en vacunas supone una nimiedad en comparación con otros gastos sanitarios?, ¿sabe usted que el Ministerio de Sanidad tiene un comunicado sobre este medicamento, que solo lleva tres años en circulación, afirmando que no está justificada su inclusión según las características epidemiológicas de este país y que además aún no se conocen sus efectos a largo plazo? y, sobre todo, ¿qué le da a usted Bexero a cambio de defender tan encarecidamente su vacuna? No quiero abrir la caja de Pandora con este tema porque cada uno tenemos nuestra opinión, todas respetables, y es extenso y complejo. Pero me toca mucho las narices que los médicos en general y los pediatras en particular se dejen comprar por los laboratorios y las farmacéuticas y usen el miedo para obligarnos a usar sus fórmulas. En otra ocasión trataré otra cosa que me parece flagrante también y es la falta de formación y actualización de algunos especialistas, porque este señor también dejó caer que a partir de los seis meses ya hablaríamos de alimentación, que mi hijo empezaría a pasar hambre pues lo alimento solo con leche materna. Ay, ¿pero es que, aparte de no tener ni idea y venderse a las empresas de leche y alimentos infantiles, no ve usted a mi mayor, fuerte como un roble, amamantado en exclusiva hasta los ocho meses y que sigue mamando, como, por cierto, recomienda la OMS? Lo dicho, sobre esto escribiré otro día.

3. Ayer. Se acerca el tercer cumpleaños de Marcos y su tía de Alemania, que debe de ser tan ingenua como yo, tiene ilusión de hacerle llegar algo de dinero a su sobrino junto con una postal. Y no se le ocurre otra cosa que, como ahora ya sabemos, la locura de enviarla por correo ordinario. Cuando vi el sobre roto por la parte de bajo y fui consciente de que habían sustraído el dinero, no podía creerlo. Mi cerebro no procesaba el hecho de que alguien hubiese sabido que ahí iba dinero -un miserable billete de cincuenta euros- y lo hubiese abierto. Al enterarme de que la postal había llegado dentro de una bolsita de plástico que rezaba: "deteriorado en este servicio", comprendí que el robo había sucedido dentro del proceso de envío, es decir, que alguien, tras pasar la carta por un escáner y saber a ciencia cierta lo que había dentro, cogió el dinero y muy amablemente dejó que la postal llegara a casa. Qué mala suerte. Pero ya quedé estupefacta al contarlo a algunas personas y escucharles que estaba claro que iba a pasar, que a quién se le ocurre y, ah, si eso lo hacen aposta para que la gente no envíe dinero así, sin pagar más, o por medios "legales", porque de esa manera se puede blanquear dinero, etc. En serio, aún estoy en shock. Porque esta mañana he estado husmeando por internet y efectivamente parece que es de lo más normal que las cartas con dinero lleguen vacías. Eso me ha llevado a buscar si es que es ilegal mandar dinero en una carta y resulta que no, no lo es. Sin embargo, sí es un delito abrir correo ajeno y robar, ¿no? A ver, es que no me cuadra, que para que mi cuñada no pueda usar cincuenta euros y mi hijo recibirlos sin declararlos, alguien de Correos se los quede. ¿Los funcionarios tienen un apartado para declarar "dinero recaudado de las cartas"?, ¿o cómo? Es que no me entero. Porque si es ilegal mandar dinero por correo ordinario, que pongan un cartel en las oficinas y avisen, como tantas otras prohibiciones se exhiben. O también me parecería más coherente y sobre todo mucho más ético, que al detectar el dinero en la carta la devolvieran a su remitente en un plastiquito con una cruz marcada en la casilla "dinero no". Que supongo era evidente para la minuciosa inspección que no se trataba de ningún fraude. Ah, no, es que las normas se aplican a grosso modo, a rajatabla, para todos igual. Pero, ¿norma tácita, ley o qué? Por favor, explíquenme cómo se pueden evadir impuestos, llevar dinero a paraísos fiscales, hacer desaparecer fondos públicos o de alguna empresa... si está todo tan controlado. Ah, es que los que más roban son precisamente los que controlan. Ah, es que los que en realidad estamos controlados somos los currantes, los que vivimos solo con un sueldo y lo declaramos y no podemos gastar ni un céntimo sin que se sepa. ¡Cuánta libertad! Cada vez se aprietan más las tuercas de un sistema que favorece a los de arriba y machaca a los de abajo. No tardará mucho en llegar el día en que no exista el dinero en metálico y nosotros, felices y contentos de tanta facilidad para pagar, nos hundamos en la esclavitud total.

Ojalá estas tres anécdotas fueran simplemente eso, pero no, para mí son algo más, ustedes saquen sus propias conclusiones . Que sí, claro, hay gente buena y amable, hay profesionales como la copa de un pino, hay quienes no se dejan corromper. Por supuesto, muchísimos, porque si no sería imposible vivir en este mundo.  No obstante, el sistema, en general,  apesta. Y yo, aún habiendo escrito sobre ello, sigo indignada.

CDR

miércoles, 20 de septiembre de 2017

SALUD MENTAL

No recuerdo exactamente en boca de quién, pero en una conferencia a la que asistí hace unos años el ponente afirmó que las enfermedades mentales serían el gran mal del siglo XXI y que, si de carreras con éxito asegurado hablamos, podemos aconsejar a nuestros hijos que estudien psiquiatría, que clientes no les van a faltar. Y tristemente me doy cuenta de que así es. Cada vez hay más diagnósticos, lo que se traduce en más y más personas -adultos y también niños- medicados por razones de salud mental.

Traigo este tema a colación hoy porque precisamente me he tropezado con una entrevista al doctor Jorge L. Tizón (psiquiatra, psicoanalista, psicólogo y neurólogo, profesor de la Universidad Ramón Llull de Barcelona), que asegura que la enfermedad mental no existe como tal. Y es lo que yo creo, al menos de algunas de ellas, como el TDHA -trastorno por déficit de atención e hiperactividad-, que no deja de ser una invención para simplificar determinados problemas infantiles y medicar a los niños con psicoestimulantes. Ya no solo como profesora, sino que en mi entorno privado cada vez conozco más casos. Y me parece muy triste, desalentador. Pero sobre todo, grave, muy grave. Porque estos medicamentos inciden directamente sobre el cerebro del niño, inhiben su comportamiento, merman sus capacidades emocionales y condicionan para siempre su futuro y su vida. Les damos anfetaminas de niños y luego les prohibimos que tomen drogas en la adolescencia, que beban y/o fumen cuando sean mayores y en definitiva, después de enseñarles que con una sustancia química todo tiene arreglo, esperamos que se conviertan en adultos sanos y resilientes. En esta sociedad nuestra lo que se busca es la solución fácil y rápida, y en este sentido han encontrado filón las farmacéuticas, que ofrecen sin remordimiento toda una gama de medicamentos para evitar que los niños sean inquietos, que les cueste concentrarse, que se enfaden... ¿Pero cómo van a concentrarse si están sobreestimulados? ¿Cómo puede un niño estar seis horas diarias sentado en un aula asimilando datos? ¿Es posible prestar atención tanto tiempo si los dispositivos móviles les permiten estar continuamente conectados sin estar centrados en nada realmente? ¿No es normal que estén irritados los niños que desde que nacen tienen múltiples cuidadores? ¿Es raro que estén agobiados si tienen agendas tan apretadas como altos ejecutivos? Y un largo etcétera. Me parece que existen muchas vías para solucionar estos problemas antes de recurrir a la pastilla diaria. Claro que eso es lo más fácil, lo más rápido, lo más rentable para la gran industria que crece cada día y nunca tiene bastante.

Además, lo cierto es que exactamente lo mismo es aplicable a los adultos.Según el doctor Tizón, España es el primer país del mundo en consumo de hipnosedantes y el segundo en antidepresivos, sin dejar atrás los neurolépticos. Hoy hay pastillas para todo. No reflexionamos sobre la realidad, sobre nuestra situación, no nos escuchamos, no nos permitimos estar mal, tenemos que ser invencibles, permanentemente felices, sin tregua. Empezando por la importancia de los primeros vínculos y experiencias en la infancia -cosa que si bien ya no podemos cambiar sí podemos reconocer y sanar-, hasta la gestión de las emociones, pasando por multitud de causas (además de las que puedan ser biológicas), como sociales o relacionales, hay que tener en cuenta que los trastornos mentales son complejos y van más allá de un simple diagnótico psiquiátrico y consiguiente receta. No digo que no exista la depresión, por ejemplo, solo digo que está sobrediagnosticada y por tanto, peor diagnosticada. Y que somos humanos, que debemos poder vivir a veces con pena, con angustia, con miedo... que hay que asimilar y dejar fluir también lo negativo, canalizarlo, no camuflarlo ni acallarlo. ¿De qué me sirve una pastilla que me ayude a dormir si no acepto aquello que me lo impide? Tampoco niego que haya veces que sea necesario tomar algo, hablo del exceso, de la hipermedicalización, de la cronificación, contraria a la curación.

Como en tantas otras cosas, respecto a esta cuestión mental, el problema está en que se atiende al beneficio económico inmediato. No seamos ingenuos y pensemos que el sistema vela por nosotros. Ante la actualidad imperante, de horarios incompatibles con la familia, agendas sobrecargadas, conexión ad infinitum... hemos de retomar en la medida de lo posible las riendas de nuestras vidas, cuidar nuestra alimentación, hacer ejercicio, cultivar las relaciones personales, colmar de amor a nuestros hijos, disfrutar con lo que hacemos, tomar el sol, respirar, ser conscientes.

Porque el modelo social imperante está caduco, no sirve, atenta contra nuestro desarrollo personal y el de nuestros niños y jóvenes. La situación, de verdad, es injusta y peligrosa.

CDR

domingo, 17 de septiembre de 2017

APRENDIZAJE

En este domingo preotoñal, ya con temperaturas fresquitas y rutina casi vuelta a instalar en casa, es una magnífica opción retomar también el hábito de la lectura y coger entre manos un buen libro. Mi recomendación hoy es una interesante novela de Muñoz Molina, con tintes policíacos, mucha introspección, y asentada sobre hechos reales. 


La larga y prolífica trayectoria literaria de Antonio Muñoz Molina (Úbeda, Jaen, 1956) avala esta última novela del autor, titulada Como la sombra que se va (2014), una ingente obra tanto por su argumento, como por su volumen, muy ambiciosa. Desde que en 1986 apareciera su primera novela, Beatus Ille, Muñoz Molina no ha dejado de escribir, colaborando con sus novelas, relatos, ensayos, con su vocación literaria en fin, al engrandecimiento de la literatura hispánica contemporánea. En 1995 fue elegido miembro de la Real Academia de la Lengua y ha recibido numerosos reconocimientos. Galardonado en 2013 con el Premio Príncipe de Asturias de las Letras, los soportes argumentales que utiliza en esta novela son, por un lado, los días que pasa en Lisboa el asesino de Martin Luther King, James Earl Ray, tras el crimen y, por otro, los días transcurridos en la misma ciudad de un joven funcionario con fuerte inclinación a la escritura, que resulta ser el propio Muñoz Molina, para terminar su novela. Así, de la rememoración del proceso de El invierno en Lisboa (1987) y de la lectura de los archivos del FBI sobre el crimen racial de King, surge hoy una trama que nada tiene que envidiarle a las novelas policíacas y, al mismo tiempo, una profunda reflexión sobre la escritura, que se convierte en una verdadera teoría de la novela, sin abandonar ingredientes tan importantes como el amor, la familia o la condición humana.

La curiosidad nunca saciada del lector por saber si lo que lee tiene que ver verdaderamente con el autor de la novela queda en este caso totalmente satisfecha por la franqueza que se muestra en un relato introspectivo a la vez que pulcramente escrito, como ya nos tiene acostumbrados el escritor jienense. Una novela a tres voces que no presenta, sin embargo, ningún tipo de desequilibrio ni supone confusión alguna para el lector. De hecho, uno de sus grandes aciertos es la unidad de la que está dotada. Por momentos, el joven escritor, el escritor de hoy –que siendo la misma persona, se diferencian por un espacio temporal de casi treinta años– y el asesino parecen mezclarse en una conciencia única coincidente en el sufrimiento vital. Mientras que la ciudad de Lisboa vertebra el argumento con su omnipresencia y su poderosa influencia sobre los personajes. Ambos huyen de algo y Lisboa es el refugio que encuentran para de una u otra forma solucionar sus problemas; y es Lisboa donde se desatan los recuerdos del escritor presente, como si de una especie de palpitación se tratase, que le llevan a elaborar esta trama. 

Porque el punto de partida es un viaje del autor en 2012 a la capital portuguesa para encontrarse con su hijo menor, el que tenía apenas un mes de vida cuando él se ausentó de casa en las entrañables fechas navideñas, con el consecuente sentimiento de lucha interna entre la empecinada vocación literaria y las obligaciones familiares. El recuerdo doloroso del pasado y de la historia de Earl Ray, magistralmente enlazados, desencadenan una narración en dos tiempos desde la perspectiva del presente. Sin embargo, no es tan sencillo como pueda parecer: tres voces, una ciudad, ausencia de diálogos, acción latente, proceso creativo. Todos estos elementos, sometidos a la pluma soberbia de Muñoz Molina, dan como resultado una visión sobre la cara más desoladora de la historia americana, así como un pormenorizado recorrido por lo que es la confección de una novela, elección de la voz narrativa, desarrollo de la trama e inevitable desenlace. Efectivamente, la descripción del hombre blanco, lector de novelas de detectives, obras esotéricas y enciclopedias obsoletas, profundamente racista, que decide acabar con la vida del carismático líder negro, cobra absoluto sentido con la propia descripción de la víctima en las últimas horas antes de morir. No importa el brillo del personaje, su capacidad retorica ni de mover a las multitudes, sino que se muestran sus debilidades y su agobio existencial. De modo que la sordidez, la miseria y la mezquindad humanas arrojan luz sobre los grandes misterios humanos y, en este caso, incluso políticos. Expuesta queda también, como nexo de unión, la propia desdicha del autor ante las elecciones que uno mismo hace pero a las que parece estar abocado fatalmente; lo casual, lo inopinado suele dirigir la realidad. Destaca, desde luego, la magnífica labor de documentación realizada por el de Úbeda para ambientar la historia y dejar bien atado todo lo que se refiere a la realidad histórica. No obstante, empezamos leyendo una novela sobre el asesino de Luther King, que se hace pasar por otro en su huida, y acabamos sabiendo muchísimo del autor que escribe su propia historia de rencuentro consigo mismo y con el amor, amparándose en la recreación de este importante episodio americano. Finalmente, el resultado es un apasionante relato de intriga, secretos, recuperación de la memoria y reflexión literaria.

Como la sombra que se va aborda temas recurrentes en la obra de Muñoz Molina, desde el juicio que aportan los años y la experiencia. La atmósfera asfixiante, la meticulosa descripción del mal en Plenilunio (1997) aparecen aquí claramente, o el perfil del psicópata al que se enfrenta el protagonista nos recuerda sobremanera al dibujo del asesino Ray; la dificultad para encontrar el punto de vista narrativo, que llevó a un proceso de siete años para Beatus Ille, está tratado aquí de forma soberbia; la fragilidad del instante, la construcción de la propia identidad, la evocación del pasado como forma de entender el presente, manejados en todos sus escritos, sobresalen en esta novela madura de transparencia narrativa. Si la publicación de El invierno en Lisboa cambió la vida del autor, al consagrarlo como escritor y sacarlo de su anodina existencia de funcionario, es en el presente, con esta magnífica novela, cuando se consolida el proceso de aprendizaje. Un relato sobre la dificultad de aprender a vivir, de aprender a escribir. En cuanto a las confesiones personales que se realizan, suponen, por su franqueza y claridad, un verdadero examen de conciencia que conecta con el interés de Muñoz Molina por la vulnerabilidad de los derechos humanos. Una vez abiertos los archivos del FBI sobre el magnicidio y situado en la misma Lisboa por la que vagó el asesino durante diez días, como él años después con sus cargas a cuestas, escribir esta historia de obsesiones se convierte en un perfecto ejercicio expiatorio. Un autorretrato del propio autor, donde aparecen sus ideales literarios, su maestro Onetti, sus culpas, su salvación.

No tiene desperdicio.

¡Feliz lectura!

CDR

miércoles, 13 de septiembre de 2017

PIEL(ES)

La piel es una frontera
que nos envuelve
y protege nuestros límites.

Piel es (mi), (tu), su color.

La piel es un latido
que se oye hacia afuera
y acoge nuestras emociones.

Piel es (mi), tu, (su) sabor.

La piel es una playa
de arenas doradas
surcadas por el viento.

Piel es mi, (tu), (su) tacto.

La piel es como el alma
que se muestra desnuda
y silenciosa lo dice todo.

Piel es mi, tu, su oído.

La piel es un sentido
que son cinco sentidos
y nos recorre todo el cuerpo.

La piel es nuestro olfato.

La piel nos diferencia
y nos hace iguales en esencia.

La piel es una roca,
la piel es una esponja,
la piel es un tira
y afloja.

La piel muerde a empellones,
habla a roces y caricias,
siente, palpita, toca,
duele y huele a vida.

La piel es un arcoiris
de tonos
humanos,
que son los colores
(más de siete)
de la existencia.

La piel es mi, tu, su piel,
la piel del mundo,
diverso,
uno.

CDR

lunes, 11 de septiembre de 2017

PERMISO PARA BAILAR

Creo que hasta hoy no lo había confesado públicamente, pero quienes me conocen un poquito más a fondo saben que bailar ha sido siempre una de mis pasiones. De hecho, cuando era niña y adolescente inventaba coreografías y soñaba con dedicarme a ello, hasta que se me hizo ver la inutilidad de tal aspiración, relegando entonces el baile en pro de cosas más prácticas y que, sí es cierto, también me apasionaban, como son los libros, estudiar... ser docente y escritora aficionada.

Pero a día de hoy me pregunto, ¿acaso son cosas excluyentes? Y me parece que no, sin embargo, bailar es algo que tengo totalmente abandonado en todos los sentidos, porque no hace falta dedicarse a ello profesionalmente o no bailar en absoluto. ¿Entonces? Adivino lo que están pensando, y tienen razón, quizás no sea ahora el mejor momento de mi vida para retomar esta afición, criando dos niños, trabajando y todas las actividades que ambas cosas conllevan, más otras extra como escribir este blog. No obstante, ¿qué le vamos a hacer? Hoy me he levantado con esta idea en la cabeza y no descarto, en este inicio de septiembre, con el nuevo curso, que es una especie de año nuevo, y buen momento para iniciar un hábito, darme permiso para bailar.

Porque al reflexionar sobre ello me doy cuenta de que el baile debiera ser obligado en nuestra vida. Sí, quiero. Moverme libremente, celebrar mi cuerpo al son de la música y olvidarme de problemas, de normas, del tiempo, conectar conmigo misma y escuchar los latidos de mi corazón.

Y es que, ¿por qué somos tan rígidos?, ¿por qué olvidamos algo que es inherente al ser humano, el movimiento, la unión con la música, la expresión corporal?, ¿por qué no está presente el baile en las escuelas, en los trabajos? ... Bueno, esto sería otro tema, relacionado, pero que no me apetece abordar ahora. Por tanto, en singular, ¿por qué me olvidé de la maravilla de sentir la música y dejar a mi cuerpo expresarse?

Sí, quiero. Firmemente me propongo volver a disfrutar, sin instrucciones, dejándome llevar, permitirme de nuevo esa alegría, introducir esa rutina en mi vida. Y bailar. Vivir.

¿Se apuntan?

CDR

miércoles, 6 de septiembre de 2017

VENENOS

Según el Diccionario de la Real Academia, el veneno, sea del tipo que sea, es algo nocivo para la salud, capaz de producir graves alteraciones funcionales e incluso causar un daño mortal.

Y cierto es que de todas las formas de morir (sobre todo a manos ajenas), el envenenamiento es un continuo en la historia del mundo. Esto lo sabe muy bien Adela Muñoz Páez, catedrática de Química Inorgánica de la Universidad de Sevilla y autora de un libro muy interesante que ha caído en mis manos por casualidad, Historia del veneno. De la cicuta al Polonio (Debate, 2012)


Se trata de un magnífico recorrido por la historia de los tóxicos, en el que Muñoz Páez hace gala de sus conocimientos profesionales, pero además, relata de forma muy amena las diferentes maneras de ser de este afán ancestral por deshacerse del prójimo de un modo, digamos, no sangriento. Desde el instinto criminal puro y duro, hasta las más variadas motivaciones inspiradas por el poder, el dinero y el amor. Los tres grandes.

El repaso que hace la autora nos acerca al último suspiro de Sócrates -la gracias a él conocida cicuta-, para nombrar los venenos de Estado usados para ejecutar a los condenados. Y nos lleva de paseo por los senderos del también famoso cianuro, el talio y hasta el polonio, ya en la actualidad, como parte del refinamiento tecnológico en envenenamiento. Volvemos en sus páginas a la  muerte de Cleopatra por mordedura de una serpiente que nunca se encontró; los asesinatos a la carta en el Imperio Romano; la creación de un tribunal especial para investigar el uso de los venenos en la corte del Rey Sol (s. XVII), debido a la proliferación de estos; el asesinato de Rasputín en la corte de los zares; sin olvidar el misterio de las pócimas secretas de las hechiceras o de los alquimistas; o incluso el singular ensayo de Mitríades VI para encontrar el antídoto universal.

Plantas, sustancias químicas y farmacológicas, pruebas, experimentos, investigaciones, crímenes, suicidios... un surtidísimo catálogo venenoso que nos recuerda episodios tan tristes como el exterminio de la Segunda Guerra Mundial, para centrarse finalmente en la historia española, donde si bien no abundan los envenenamientos (aquí somos más de garrote, navaja, tiro), leemos no pocas historias de sustancias letales.

Un libro curioso que, aparte de ilustrarnos sobre venenos, deja, al menos esporádicamente, cierto regusto de inquietud...

CDR

viernes, 1 de septiembre de 2017

CON-TACTO

Entre besos y abrazos fuimos concebidos,
recibidos al llegar a este mundo
entre besos y abrazos,
que enseñaron a nuestra piel
los primeros afectos
y estabilizaron nuestra microflora,
porque somos animales de sangre caliente
y necesitamos el contacto para mantener
nuestras constantes, si no vitales,
aunque al principio incluso,
biológicas y ambientales.

Los primeros años de vida el remedio a todos los males
es el contacto directo con la madre,
besos y abrazos, piel con piel, corazón contra corazón,
bienestar, calidez, amor de calidad,
necesidad recíproca, dar y recibir
un poder reconfortante.
Y después también, pero lo olvidamos,
nos encorsetamos,
no hace falta estar enamorado,
pareja, sí, pero hijos, amigos, familia,
¿por qué no, desconocidos?
Huele, siente y sabrás si te conviene.

Si eres un ser solitario,
estés o no estés solo,
da igual que estés acostumbrado,
no naciste así, lo aprendiste después,
serás más débil y enfermarás más,
puede que mueras más joven.

¿Vergüenza?, ¿pudor?
Deja la inhibición y vuelve a tu niño interior,
achuchones, risas, fuertes abrazos y besos por todos lados.
Desbloquéate, que salgan tus emociones, que aumenten tu salud,
tu felicidad, tu bienestar.

Toca,
usa tus manos, pide otras manos,
masajea, explora, sé descubierto,
abraza,
abréte a los abrazos, pierdéte en unos brazos,
besa,
usa los labios, busca besos,
contacto
con tacto.

CDR

jueves, 31 de agosto de 2017

EL PODER

El verano pasado, mi polifacética e inquieta compañera y amiga Esperanza Manzanera me invitó a participar en un proyecto solidario que consistía en publicar un libro cuyos beneficios estarían destinados a la protectora de animales APA Nueva Vida de Huércal-Overa (Almería) Fue la manera que se le ocurrió de ayudar a los pobres animales abandonados y de contribuir a la maravillosa labor que realiza diariamente la protectora, con su presidenta, Eli Alheña, a la cabeza.

Se le ocurrió, se lo curró... y salió. El libro del perrillo solo vio la luz en diciembre de 2016, con la ayuda de otros tantos autores, escritores, fotógrafos, pintores, personas altruistas todas y, sobre todo, amantes de los animales, que dimos lo mejor de nosotros mismos en nuestros relatos, dibujos, fotografías, para hacer real y efectiva la ayuda que tan loablemente a Esperanza le nació dar.

Hoy el libro sigue a la venta, por supuesto. Y sigue teniendo tanta importancia como entonces su venta, porque desgraciadamente los animales siguen siendo abandonados, cuando no maltratados, y siguen necesitando comida y cuidados. Es, pues, algo más que un libro, una joya para regalar, para regalarte, para que continúe dando sentido a la conciencia y al talento que lo hicieron posible.

Si vives en Huércal, lo encontrarás en las papelerías Paqui y Bulevar. Y si no, date una vuelta por Amazon y te lo envían a casa rápidamente. Tú puedes cambiar la realidad si no te gusta. No hay excusas, sabes de sobra que los pequeños gestos cuentan.













Y por si sientes curiosidad -ojalá consiga que aumente y quieras, necesites, comprar el libro- aquí va mi aportación al mismo, mi relato "El poder":

Sofía inspecciona minuciosamente la nueva casa. Aris y Mine no son problema, porque puede acceder a lugares vedados para ellos, que se limitan a husmear por los rincones y olfatear el pasillo, las escaleras y los bajos de las puertas. Sofía es curiosa y, con la agilidad que la caracteriza, sube y baja, entra y sale, sin que los otros miembros de la familia ni siquiera se percaten. Todos están muy atareados con la mudanza, descargando cajas, abriendo bultos y colocando cosas. Además, Sofía se lleva muy bien con sus hermanos caninos. Ella llegó la última y los dos Terrier la recibieron con cordialidad, le hicieron en seguida un hueco e incluso se podría decir que la adoptaron, pues Sofía fue abandonada cuando tenía tan solo cuatro semanas y prácticamente no recordaba a su verdadera madre, si bien conservaba un vago recuerdo de su olor y del calorcito de su cuerpo. Cuando Alicia la encontró y la llevó a casa, a sus padres no pareció hacerles mucha gracia la idea, el piso era pequeño y ya tenían dos perros, pero su buen corazón les impidió dejarla, primero la tuvieron de acogida, pero antes del mes ya habían decidido quedársela. Ahora, no es que le entusiasmara, ¡era una gata!, pero hasta salía a dar paseos con Alicia, Aris y Mine. Lo que más le gustaba -aparte de la ilusión que le hacía a la niña y el orgullo de sus compañeros- era ver la cara de la gente cuando los veía. Ese era uno de los alicientes de mudarse, pues al fin y al cabo en el otro barrio ya estaban acostumbrados a verlos… Le encantaba entonces, cuando alguien cuchicheaba o abiertamente los señalaba, exagerar su paso y fingir su pose perruna, se lo pasaba bomba. Sofía, como buena felina, era independiente y orgullosa, pero lo cierto es que tenía verdadero cariño a su familia y no le importaba hacer algún pequeño sacrificio; les debía mucho, a todos.

En su revisión a la casa, Sofía descubre una estancia amplia y luminosa que promete ser su segundo hogar. La mesa grande debajo del ventanal, las estanterías y los sillones anuncian que se trata del despacho de Joan, donde ella pasa tantas horas. No cree que en esta casa sea diferente, siempre le ha permitido estar con él mientras trabaja, y no piensa abandonar esa costumbre. Le fascina la profesión de su dueño. Ya no solo por el rimbombante título que reza la placa: Joan Díaz, neurocientífico, bioquímico y quiropráctico, especialista en desarrollo personal. Sino también por el contenido de sus charlas, por la firmeza de sus palabras, por la pasión y entrega con sus pacientes. Y además, porque su estilo de vida era coherente con su trabajo, no era un mero charlatán, no, creía en lo que hacía y así lo reflejaba en su vida y en su personalidad. Sofía había aprendido mucho en los dos años que llevaba con él. Al principio, se refugiaba en el despacho porque era un lugar con mucho sol y oía la voz de Joan como música de fondo de sus dulces sueños gatunos. Pero poco a poco, su discurso fue calando en el pequeño cerebro de Sofía hasta que un día se dio cuenta de que acudía “a la consulta” y se mantenía con las orejas erguidas como dos antenas, aunque tuviera los ojos cerrados, así asimilaba mejor la información.

Rememorando esto, con cierta nostalgia por su antigua casa, la peluda gatita gris sube a la ventana y mira hacia abajo. Viven a partir de ahora en un dúplex y parece ser que en el piso inferior hay un bonito patio. Le llaman la atención a primera vista las macetas de coloridas plantas y los bonitos azulejos, sin embargo de pronto se fija en que hay una verja que divide el patio en dos partes muy desiguales y que en la más pequeña, detrás de la valla, está tumbado un chucho pardo y delgado, bajo el suave sol matinal. Quizás ahora se está bien ahí, pero Sofía no puede evitar pensar en que ya es casi pleno verano. Venga, no te adelantes, Sofi. Las cosas no siempre son lo que parecen. Seguro que es un lugar temporal. La gata aparta la vista y se sacude, quiere quitarse de encima la mala impresión que le ha causado el dichoso patio de abajo, y salta al suelo, deslizándose por la puerta entreabierta justo cuando Joan entra con una caja de libros para colocar.

El día transcurre rápido con el ajetreo de la mudanza. A la hora de la cena, Aris y Mine ya se han instalado en su cómodo sofá debajo del hueco de la escalera y Sofía dormita también en las rodillas de Alicia, aburrida momentáneamente de tanta novedad. Llega la hora de acostarse, Joan y Eva dan un beso a Alicia antes de retirarse y la niña coge a Sofía para llevársela a su habitación. Ella se deja llevar con mucho gusto y decide que sí, que dormirá con Alicia esta noche, pero todavía no tiene claro dónde se instalará. Espera que le compren una nueva cama, la suya la tiraron al dejar el otro piso porque estaba muy estropeada. Aris y Mine son más cuidadosos, le dicen, y qué culpa tiene ella de que la naturaleza la haya dotado de unas maravillosas uñas que debe afilar periódicamente. La verdad es que lleva ya tres rascadores y dos camas en su corta existencia, pero ese es el precio a pagar por no tocar nada de la casa, esas cortinas y esos respaldos y asientos tan tentadores. Al poco de dormirse, cuando aún estaba en el primer sueño, como suele decirse, Sofía se despierta sobresaltada por unos golpes y unos quejidos. Solo le hace falta centrarse un poco para entender que se trata del galgo que vio en el patio por la mañana. El pobre se lanza desesperado contra la verja de metal y gimotea queriendo llamar la atención de quienes no parecen hacerle caso. La gata no lo ve, pero se lo imagina nítidamente, tiene un fino oído y el ruido no deja lugar a dudas. Así continúa sobrecogida Sofía, preguntándose cómo es posible tal situación, recriminándose pensar mal, es la primera noche y puede que eso no sea lo habitual. No se imagina que alguien sea capaz de tener un animal en otras condiciones muy diferentes a las que ella y sus hermanos Terrier disfrutan. Aunque pensándolo bien, sí, ella misma fue víctima de un cruel abandono y ha escuchado muchas veces a Alicia hablar con sus padres de situaciones injustas para las pobres mascotas. Poco a poco, después de mucho tiempo, los golpes y lloros cesan y Sofía no puede evitar quedarse dormida, si bien con la firme idea en la cabeza de hacer algo al respecto.

Afortunadamente, Eva tiene la costumbre de airear la casa todas las mañanas. Ya hace algo de calor, pero Alicia es friolera y todavía no abre la ventana por la noche. Y en cuanto todos se levantan y se ponen a sus tareas, Alicia se va al cole, la lleva su madre que aprovechará la mañana para hacer unas compras, y Joan sigue acondicionando su despacho y, bueno, los perros aún dormirán un buen rato más después de su primer paseo, Sofía sale por la ventana y baja rápida y ágilmente por las repisas hasta el patio del vecino de abajo. El galgo parduzco parece adormecido, pero se levanta en cuanto nota la presencia felina y se pone a ladrar, como es normal. Suponía que reaccionarías así, quiero ayudarte, ser tu amiga, me llamo Sofía, ¿y tú? Como respuesta solo recibe silencio, un enérgico movimiento de rabo y un tímido acercamiento por debajo de la valla. No está mal para empezar, al menos creo que le he caído bien. Y de pronto, la puerta que comunica el patio con la casa se abre y sale un hombre, escoba en mano, calla, chucho. Largo de aquí, maldito gato. Sofía trepa veloz por las ventanas. No parece que a este señor le gusten mucho los animales, bufa Sofía, malhumorada.

Hoy la gata no tiene un buen día, todos lo han notado, porque se mueve inquieta por la casa, no ha jugado como de costumbre con Aris y Mine, casi ni ha comido, lo achacan a la mudanza, se está adaptando, dice Joan cuando Alicia se queja porque Sofía se revuelve cuando la niña intenta mantenerla en su regazo después de comer. Solo cuando escucha a Eva comentar a su marido algo sobre el perro de abajo, no es justo, se para frente a ellos y empieza a maullar. No puedo hacer nada, dice él, todavía es pronto, esperemos a ver. Sofía no piensa esperar. De él ha aprendido que uno tiene que tomar las riendas de su vida y que la realidad puede cambiar si cambian tus pensamientos, que no hay que conformarse con una existencia que no te gusta. Y efectivamente, cuando llega la noche, y se repiten los golpes y lloros del galgo, Sofía es presa ya de una fuerte determinación. El sueño la vence a ratos, pero pasa toda la noche concentrándose en lo que quiere conseguir, pidiendo que al día siguiente el vecino no esté y pueda hablar tranquilamente con Valentín, así ha decidido llamarlo, es el nombre que se le ocurrió al verlo, y le parece que le viene ni que pintado al delgaducho y triste de abajo.

La gata repite la operación de bajar al patio y hoy el galgo no le ladra, diría que te alegras de verme, amigo. Las persianas están bajadas y Sofía se siente satisfecha, no hay nadie en casa. Mira, Valentín, voy a ser clara, así no puedes seguir, debes ir con tu mente más allá del espacio y de tu cuerpo, visualizar la vida que quieres y cambiar tus pensamientos para que este cuchitril donde vives cambie. Tú ahora crees que esto es lo que te mereces, seguro que siempre te han tratado como si no valieses nada, pero no, todo lo bueno que puedas imaginar te espera ahí afuera. Al galgo le cuesta reaccionar, la escucha embelesado porque nadie nunca le había hablado con cariño… ¿Cómo me has llamado? Pero bueno, de todo lo que te he dicho, ¿solo te ha impresionado el nombre? Me gusta, y vuelve a mover el rabo con alegría.

Pasan los días y las noches. Al principio, Sofía cree que su amigo Valentín no le hace ni caso, sigue escuchando sus lamentos contra la verja, pero cada vez menos. Por eso baja cada mañana y le habla con una profunda convicción de todo lo que ha aprendido en la consulta de su amo, de los cambios que relatan los pacientes, de que todo está demostrado científicamente, de que ella misma también trabaja en pensar una vida mejor para él. Nunca más se ha vuelto a encontrar con el vecino. Sofía sabe cómo hacer realidad sus deseos. Y un día de finales de julio, cuando la peluda gata gris baja al patio, Valentín no está. No le sorprende, no duda ni un momento de que lo ha conseguido, pero cuando vuelve a casa y se acuesta en su cama nueva, no puede evitar una punzada de tristeza en el pecho.

La familia se va de vacaciones. Una semana en un pueblecito del interior, no muy lejos, para desconectar un poco. Sofía, como no podía ser de otra manera, se va con ellos, es una más de la familia, nunca la dejarían sola ni a cargo de nadie. Cuando llegan a la casa rural que han alquilado, llaman al dueño y le avisan para que venga a darles las llaves, mientras ellos dan una vuelta por los alrededores. Sofía va equipada con su arnés, cogida a la correa con sus inseparables Aris y Mine. Llega la furgoneta y baja una mujer mayor de aspecto jovial, seguida de un espléndido galgo pardo. Ambos le dan la bienvenida efusivamente, no se preocupen, no hace nada, Lord es muy bueno. Tranquila, nos encantan los animales. Alicia acaricia entusiasmada el lomo áspero del galgo, los Terrier lo olfatean y Sofía simplemente no cabe en sí de alegría. Entran a la casa y en cuanto los demás se despistan, el perro y la gata se lamen reconociéndose. Mi dueño fue denunciado y… Calla, no quiero saber los detalles, solo que eres feliz. Mucho. Y, ¿qué hiciste con tu nombre?, bromea Sofía. Se lo pusiste a un pobre chucho desvalido y atemorizado que ya no existe. Me diste un nombre viejo y una existencia nueva, me fui sin darte las gracias. Sofía ronronea complacida y se escabulle hacia el interior de la casa. No quiere ponerse sentimental. Se verían unas cuantas veces más Lord y Sofía en esa semana y sobre todo, por siempre, conservarían un vínculo más allá de la distancia.

El primer día de consulta de vuelta en septiembre, el doctor Díaz recibe una llamada de un paciente, mantienen una larga conversación. Sofía escucha sin prestar mucha atención esta vez, no se puede estar siempre al cien por cien. Sin embargo, de pronto planta las orejas cuando Joan despide a su interlocutor: No subestimes el poder de tus pensamientos. Ya ves que son capaces de alterar la realidad. Buen día, Luis. Sofía sonríe, se arrebuja sobre su cuerpo y se deja llevar a un nivel sin pensamientos, mientras disfruta de los rayos de sol que entran por la ventana.

Gracias.

CDR

martes, 29 de agosto de 2017

OPINIONES

La verdad no puede imponerse.

Todos vemos e interpretamos la realidad de forma subjetiva y es muy prepotente creer que nuestra visión del mundo es la verdadera. La dualidad en la que nos han educado -que rige el mundo en general-, bueno/malo, es totalmente subjetiva, depende de cada uno, de los valores que nos hayan inculcado, de la cultura en la que estemos imbuidos, se basa, en definitiva, en nuestro sistema de creencias. Al identificarnos con este, asumimos que el mundo debería ser como nosotros pensamos.

Si no admitimos opiniones diferentes a la nuestra y entablamos batalla para convencer a quienes manifiestan otra postura, esto supone dos cosas: estamos juzgando su forma de pensar y en realidad solo buscamos tener razón. Demostrando así, además, nuestra falta de madurez emocional.

La conciencia moral, pues, no sirve para nada más que como filtro distorsionante de la realidad. Y es porque en ella se acumulan nuestros prejuicios y estereotipos, basados, por supuesto, en nuestras interpretaciones subjetivas y nuestros pensamientos egocéntricos. De ahí precisamente surgen tanto los pequeños desencuentros como los grandes conflictos que destruyen la paz entre los seres humanos.

Sin embargo, si cuestionamos y trascendemos los condicionamientos que han forjado nuestra moral, crecerán nuestro conocimiento y nuestra comprensión. Entonces basaremos nuestras opiniones, y aún mejor, nuestras decisiones, en la conciencia ética -que etimológicamente alude al modo de ser, al carácter, a la predisposición a hacer el bien-. Dejaremos de etiquetar las cosas como buenas o malas, como blancas o negras, y apreciaremos todos los matices entre uno y otro extremo. Esto es especialmente importante en la actualidad, cuando tanta división y confrontación existen. Debemos comprender y aceptar opiniones distintas a las nuestras, es más, debemos dejar de perder el tiempo juzgando y criticando, y cultivar la humildad y el respeto, elegir nuestros pensamientos y seleccionar con cuidado nuestras palabras y acciones.

Porque hoy en día resulta tan fácil opinar, alegre e inconscientemente, no hace falta más que un clic, para posicionarnos sin reflexionar, sin examinar los datos, sin contrastar nada. Esto es muy peligroso, recibimos una ingente cantidad de información, estamos informados, sí, pero, ¿pensamos? El exceso de información nos vuelve perezosos, nos evita buscar ideas propias, asumimos posturas ajenas, alimentamos nuestro egocentrismo y reforzamos aquellas ideas con las que nos sentimos afines, sin más.

Sea cual sea el tema a opinar, desde política o terrorismo -por nombrar dos de los que más dividen, más complejos y a la vez más opinados-, hasta forma de vida, vestimenta u otro hábito cotidiano -por nombrar otros más livianos y también bastante mangoneados-, no deberíamos hacerlo de modo impulsivo, repetitivo, sino pausado, yendo más allá de los límites de nuestra mente condicionada. Incluso, por qué no, reconocer a veces que no tenemos opinión formada al respecto.

CDR

miércoles, 23 de agosto de 2017

CICLOS

La vida está hecha de ciclos. La vida, la naturaleza, el cosmos, todo tiene lugar en ciclos. Nacer, crecer, envejecer y morir. Los frutos maduran. Las mareas suben y bajan. La luna crece y mengua. Las estaciones se suceden al compás del movimiento de la Tierra, cuyo ciclo se completa con cada vuelta al Sol. El sistema planetario surca la Vía Láctea en un movimiento elíptico...

Todos estos ciclos se entrelazan, encajan y superponen dentro de un ritmo perfecto, propio de cada uno de ellos. Como círculos concéntricos, en espirales, la vida se desarrolla ajena al corsé del tiempo que nosotros le ponemos. Solo existe el aquí y ahora. Lo demás que queramos imaginar, recordar, no es más que quimera, pasado o futuro, humo.



El tiempo no debería medirse, solo vivirse. Vivir es lo único que importa y aceptar lo que es la vida, lo que da y lo que quita, sin resignación, pero con la libertad de no tener miedo.

Yo cada día tengo un poquito menos de miedo y bastante más confianza, sé que me encuentro aprendiendo, creciendo, y por eso quiero cambiar de ciclo en este blog. Entrar a la siguiente curva de la espiral y seguir escribiendo más allá del amor a las letras, celebrando la vida entera.

No importa cuándo empezó, ni por qué. Todo tiene su sentido. Pero ahora ya no solo va de letras, va de vida. ¿Por qué no borro este blog y creo otro nuevo, distinto? Porque eso sería romper el ciclo. Ahí está lo que escribió la que yo era. Ahora escribe la que soy.

El ciclo de la vida sigue su curso.

CDR

sábado, 12 de agosto de 2017

DESCALZOS

Correr descalzos en la hierba...
naturaleza, conexión

Pasear descalzos por la playa...
sal, relajación

Posar los pies descalzos en el suelo matinal...

despertar, placer

Nacer descalzos...

Libertad

Pies diseñados para ir descalzos...

Fuerza

Bienestar

Desnudos

Descalzos, ancestrales, bellos, fuertes...
somos
hasta que nos calzamos lo zapatos de lo social.

CDR

domingo, 6 de agosto de 2017

SOY MAMI: MI REGALO

John Ruskin afirmó muy acertadamente que no hay otra riqueza que la vida.

Ese es el regalo para mis hijos, haberles dado la vida, pero más allá de eso, quisiera que se tratase de una vida plena.

Por eso quiero transmitirles que cada uno es único y especial. Que cada uno cuenta con unas potencialidades personales y que tienen derecho a desplegarlas, y que tienen que conceder a los demás el mismo privilegio. Que deben moverse por el amor y la dedicación y no juzgar. Que deben ser felices, que lo merecen incondicionalmente, sin depender de nadie ni de nada, que la felicidad está dentro de ellos mismos. Que no se trata de no ser realistas, pero sí de ser positivos, de afrontar las situaciones adversas con calma interior. Y crecer con dignidad, y dejar a los demás hacer lo mismo. Que la vida es maravillosa, que no es un castigo, que no hay que competir, que hay que aceptarse y aceptar a los demás, sin prejuicios. Sin miedos. Que pueden llegar a ser lo que quieran ser y que eso es a lo único que deben aspirar. Que los quiero y los querré siempre, que no pueden defraudarme, que mi amor por ellos no depende de nada que hagan o dejen de hacer, ni de cómo sean. Que nuestros caminos siempre estarán entrelazados, pero un día ellos habrán de seguir su propio sendero.

No creo que esto sea muy diferente a lo que todos los padres quieran para sus hijos, a priori. Porque sinceramente pienso que llega un momento -demasiado pronto- en nuestra ajetreada y calculada vida en que estos anhelos pasan a un segundo plano y empezamos a evaluarlos según unas expectativas, nuestras, sociales, escolares... que los alejan de la felicidad y de la vida plena que describo arriba. Y aquello queda en el plano de la utopía.

En primer lugar, los niños son personas. Parece evidente, pero es algo que hay que tener claro para no tratarlos como proyectos, para no hablarles como seres inferiores, para dejarles opciones y decisiones, para fomentar su autonomía desde el principio, para no forzarlos a nada que no quieran, para no guiarnos por el "yo sé lo que te conviene", "lo haces y punto". Inconscientemente dañamos a los niños, porque no valoramos el poder de las palabras, cuánto influimos en su autoimagen. Es necesario aprender a hablar y a relacionarnos con ellos de otra forma a la que estamos habituados.

Por otro lado, está claro que somos seres sociales y como tales tenemos que educar a nuestros hijos para que vivan y convivan en sociedad. Pero no todos los aspectos de nuestra sociedad son dignos de admiración ni por tanto de imitación. Lo que hace la mayoría no es lo que hay que hacer invariablemente, sin ponerlo en cuestión. La transmisión de valores es fundamental, pero ¿son los valores actuales los que quiero para mis  hijos? No exactamente.

Y por último, ¿es la escuela, tal y como está enfocada en general, el lugar ideal para que mis hijos desarrollen sus potencialidades y sean felices? Desde luego que no. Soy profesora y estoy cansada de ver en las aulas personalidades dañadas, heridas, reprimidas, etiquetadas... talentos desperdiciados, creatividades anuladas, niños y niñas, chicos y chicas que no saben que son seres humanos maravillosos porque nadie se lo ha dicho nunca. Y eso empieza en casa y se extiende por todos los lugares, porque estamos en una sociedad inválida emocionalmente, que no fomenta la expresión, que se basa en el "así aprenderás", en "déjalo que sufra que la vida es muy dura", en el "no llores, que no es para tanto", en el vivir hacia fuera, en la competitividad, en la dicotomía entre ganadores y perdedores, en la evaluación numérica, en el encasillamiento.

Me hace gracia cuando me hablan de los peligros de no escolarizar a mis hijos, uno de ellos la falta de sociabilidad, como si en esta sociedad se fomentara la convivencia, el respeto y la empatía, ja. No hace falta más que pasar un rato en un parque para ver lo sociables que son la mayoría de niños que allí juegan y más aún los adultos que los acompañan.

Apunto también, ya con un poco de cansancio, que el periodo de escolarización infantil no es obligatorio. Así que, que no cunda el pánico, los servicios sociales no nos visitarán de momento.

Como madre, elijo lo que quiero (creyéndolo lo mejor) para mis hijos hasta que ellos sean capaces de elegir. Cuando llegue el momento en que sean conscientes de por dónde los he guiado, podrán echarme en cara lo que he hecho, claro que sí. Pero eso forma parte de la tarea de ser padres, ¿no? ¿O simplemente por hacer lo que todos hacen ya me garantizo el éxito? Al menos no les dirán que son raros, menudo argumento, qué es ser raro, qué es ser normal. Me parecen palabras demasiado amplias, con significados muy subjetivos.

Creo que el trabajo más importante es criar a mis hijos para que sean personas, así de simple, y tan complicado como para que sean capaces de manejarse en el mundo y de manejar el mundo de manera efectiva, para que lo conviertan en un lugar mejor.

¿Es de risa? Para mí es muy serio. Me tomo al pie de la letra las palabras de Gandhi: sé tú el cambio que quieres ver en el mundo.

Ese es mi regalo para vosotros, hijos.

CDR

lunes, 31 de julio de 2017

RINCONES

Ejercer de madre a tiempo completo no ha mermado en absoluto mi pasión por los libros. Sí es cierto que ya no estoy tan al tanto de las novedades y que mis lecturas van un poco a la zaga, pero nunca viene mal un buen libro, sea cual sea su fecha de publicación. Así que este lunes, último día de julio, les recomiendo una lectura interesante de verdad, la historia personal y sincera de uno de nuestros mejores autores contemporáneos.



La biografía de una persona puede ser muy sencilla, aunque se trate de un escritor con una considerable trayectoria literaria. Es el caso de Fernando Marías, él mismo la resume en que nació en Bilbao en 1958 y vive en Madrid desde 1975, como si nada más hubiera que destacar. Y sin embargo, es su última novela, La isla del padre, ganadora del Premio Biblioteca Breve 2015 de Seix Barral, una verdadera novela autobiográfica en la que el autor hace un ejercicio de indagación íntima, narrando la relación con su padre desde que, siendo niño, preguntó a su madre quién era ese hombre desconocido que había llegado a casa, como si el pequeño temiese a un adversario, hasta la finalización de este libro, tras la muerte del progenitor. El punto de partida es, pues, ese Miedo Mutuo instalado entre ambos –la amenaza para el niño, que vivía con su madre y su abuela; que su hijo no lo quisiera, para el padre– en un repaso pormenorizado de cómo consiguieron superarlo. Es asimismo un despliegue de literatura en una narración de aventuras poco convencional, evocadora de viajes a tierras lejanas y, más aún, un homenaje muy personal a la figura del padre, a base de anécdotas, reflexiones, pensamientos, que sirve incluso para curar la herida de lo no dicho, algo que lastra toda relación humana. Por otra parte, resulta evidente a lo largo de la historia la estela de dolor que supone la pérdida del padre y la indeleble huella imprimida por este en el hijo. Escribir una novela como alternativa al duelo. Escribir una novela para airear los rincones más íntimos. Se trata, en definitiva, de la exposición del crecimiento vital del escritor, que regresa a los años cruciales de su infancia y adolescencia para darse cuenta de que ese tiempo es el que lo ha conformado como lo que es en el presente.

Apasionado del cine desde niño, con temprana vocación de guionista, Marías hace un recorrido por la cinematografía de la época, poniendo de manifiesto la importancia que tenían las películas para conocer el mundo y obtener una interpretación de la vida diferente a la que los curas enseñaban en la escuela. En el gris y triste Bilbao franquista de los años setenta, el adolescente Marías descubre su vocación artística ante una pantalla blanca donde se proyectan los anhelos. Como su padre dejó su trabajo en un taller mecánico para ser marino y viajar, él se fue a Madrid para ser guionista, y acabó siendo escritor. El cine es un elemento fundamental en esta novela, en la que Leonardo Marías se convierte en un personaje de ficción. Interesante perspectiva también sobre el proceso de escritura, anotaciones, manías, recursos, abundantes referencias literarias. Y reflexión sobre cómo el azar influye en nuestras vidas hasta tal punto que el mínimo soplo de brisa puede cambiar el modo en que las cosas sucedieron y por lo tanto nuestra vida.

Como si de un ritual se tratase, Marías vuelve a la casa familiar de Bilbao para terminar su libro, cuando lo acabe se venderá la casa y nunca más nadie de su familia la habitará, como así ha sido los últimos cien años. Una liberación de los espectros que contribuye al ejercicio literario, así como a la intención personal de conocerse mejor y explicarse a sí mismo y su historia familiar. Y sin embargo, no por ser biográfica, deja de ser esta novela una ficción literaria, pues la memoria aparece cuajada de fantasía, el padre rodeado de un halo de misterio y algunas intrigas, como la del arcano H, cuyo secreto logrará descifrar el escritor al final por un capricho del azar, sin decepción alguna. La memoria no es objetiva, así, siendo real la base de los hechos narrados, lo demás es fruto del recuerdo, aderezado de literatura, interpretado por el narrador; la memoria puesta al servicio de la escritura. La novela, escrita en primera persona, alterna diferentes tipos de narración, el Marías escritor se aleja del Marías personaje, a veces por medio de un humor muy intencionado que pone de manifiesto, por ejemplo, lo ridículo del ser humano, sus aspectos más cómicos. Y todo ello por medio de una prosa fluida de tono sereno, sin pudor, con tintes poéticos en ocasiones y sentencias magistrales que condensan universales como el cariño, la admiración, lo aprendido del hijo por su padre.

Una relación, la paterno-filial, tan antigua como la propia humanidad ha dejado numerosos ejemplos en la literatura, donde se reparten reproches y afectos a partes iguales. Jorge Manrique, Kafka, Delibes, Roth, entre otros, se encuentran en La isla del padre, sin embargo, esta historia es diferente en tanto que no busca lo mismo, ni atisbo de ira, ni de agravio, ni elegía por la muerte, ni redención. Es simplemente un testimonio sincero, una mirada valiente hacia el pasado y hacia el interior, tan natural, tan desnudo, que se convierte en la historia de todos los hijos y todos los padres. Una novela que empezó a escribirse mucho antes de la muerte del padre, desde pinceladas que el autor fue bosquejando y que, tras la despedida definitiva, hubieron de cobrar forma. Y no se trata de una historia triste, pese a la descripción de la enfermedad en los últimos años, pese a la pérdida, es una historia de esperanza, narrada desde la alegría de vivir, es lo mejor que puede enseñarnos la muerte. En cuanto al título, La isla del padre lo obtuvo tardíamente, cuando ya la novela estaba muy avanzada y el escritor descubrió, en una tranquila conversación con su sobrina, que era dueño de una isla, regalo del padre a él y a sus hermanos en uno de sus viajes. Un juego mental del marino, fantasías a bordo del barco que tan lejos de su familia lo tenía la mayor parte del tiempo. Algo que casa perfectamente con la imaginación del niño que fue Marías y pensaba las islas como grandes trozos de piedra donde se refugiaban los marinos. De adulto, la isla, el padre, como un lugar seguro al que volver.

Desde Homero, es el viaje una metáfora literaria que identifica un tránsito vital. Ese es el itinerario de esta magnífica novela de Fernando Marías, en la que hace un viaje sentimental y literario desde la sombra del padre hasta sus propias tinieblas, al pasado y desde el presente, para resurgir tranquilo, sanado, reconciliado no con un padre con quien nunca estuvo en pugna, sino consigo mismo.

¡Feliz lectura!

CDR

domingo, 30 de julio de 2017

FEMINISMO

Según el Diccionario de la Real Academia, el feminismo es la ideología que defiende que las mujeres deben tener los mismos derechos que los hombres. A priori, aunque muy general, me parece una definición adecuada. No creo que el feminismo se relacione con la igualdad de sexos, pues esta es simplemente imposible en términos biológicos. No creo que ser feminista signifique odiar a los hombres ni ser infeliz por no encontrar a uno como pareja. No creo que el feminismo tenga nada que ver con pintarse los labios o no, llevar o no tacones, o depilarse o dejarse de depilar. El feminismo no detesta los sujetadores, ni el desodorante. En definitiva, el feminismo no es solo cosas de cierto tipo de mujeres. Sino de todas. Y de todos.

Me gustaría que algunas verdades inconscientes cambiaran, como que los puestos más importantes son ocupados por hombres. Me gustaría que algunos gestos inconscientes dejaran de producirse, como ir a tomar algo y que se dé por hecho que la cerveza o el café es para tu acompañante masculino y no para ti, aunque lo has pedido tú de viva voz. Ojalá ningún transeúnte me hiciera indicaciones mientras aparco el coche, como si yo no fuera perfectamente capaz. Ni tuviera que sentirme incómoda al pasar por delante de un grupo de hombres mientras increpan algún supuesto piropo. Quisiera que dejase de existir la explotación sexual, ¿por qué se ve tan mal la oferta y no se censura la demanda de prostitución? Me gustaría que desaparecieran las diferencias laborales entre hombres y mujeres, ¿es justo que una mujer cobre menos con una cualificación idéntica a un hombre? Y hay tantos ejemplos... que no me sirve pensar que la situación ha mejorado, ¡ faltaría más, en pleno siglo XXI! y me dan rabia todas estas cosas. Y a todos debería darnos rabia, porque la rabia puede llevarnos a cambiar las cosas.

Lo que vemos una y otra vez lo asumimos como normal. Pero no lo es. Podría decirse que el mundo está gobernado por hombres, cuanto más arriba miramos menos mujeres vemos. ¿Y qué sentido tiene eso hoy? La única superioridad del hombre, en general, es la fuerza física, atributo muy necesario hace miles de años. Pero en el mundo actual, son mucho más importantes la inteligencia, la creatividad... que es cuestión de personas, no de sexos.

Y el cambio debe empezar por la educación de nuestros hijos y de nuestras hijas, aquí sí, en igualdad. No entiendo por qué a las niñas se las sigue advirtiendo sobre cómo gustar a los niños, seguimos reproduciendo roles de parejas desde muy pequeños, seguimos diciendo a los niños que llorar es de débiles, y un largo etcétera. ¿Por qué no educar para un mundo mejor? Un mundo en el que la masculinidad y la feminidad no sean espacios tan restringidos, un mundo en que los hombres y las mujeres no tengan que demostrar nada, sino simplemente ser en libertad. Como seres sensibles, seres sexuales, seres materiales, seres creativos, seres sin cargas de género... seres humanos, sin más.

Este tema no es fácil, sin duda, pero ha de tratarse. El problema de género sigue siendo hoy un grave problema que no puede difuminarse en la generalidad de los derechos humanos, porque eso supone restar importancia a la problemática concreta de ser mujer. Da igual si es una cuestión cultural, la cultura cambia, porque son las personas las que crean y alimentan la cultura. No acepto una cultura en la que la mujer no sea un ser humano de pleno derecho.

Por eso el feminismo es cosa de todas y de todos. Y se trata simplemente de reconocer el problema y hacer cosas efectivas para solucionarlo.

CDR