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lunes, 30 de octubre de 2017

(J)AULAS

Hoy ha empezado para mí el curso escolar, un mes y medio después del comienzo oficial. El motivo es que hasta ayer estuve disfrutando de mi permiso por maternidad, a la vez que mi alumnado ha sufrido estar sin nadie que le dé clase, porque aún tratándose de una baja con tanta antelación como desde abril, no se ha mandado sustituto en mi puesto, desconozco por qué razones aunque se me ocurren algunas y ninguna de ellas tiene que ver con la calidad de la enseñanza, los derechos de los alumnos ni la consecución de objetivos, cosas que sí se nos exigen a nosotros a diario desde la Administración. Una vez más es el de abajo, el débil el que paga las consecuencias.

...

Hoy he conocido a muchos niños y niñas de entre once y trece años, ya en la preadolescencia, y todos ellos me han caído bien, he visto mucha diversidad y muchísimas cosas en común. Y he llegado a casa con las mismas preguntas de siempre rondándome la cabeza, esta vez con una descarada insistencia. Las dos más importantes serían: por qué están etiquetados tanto como individuos como por grupos y por qué los centros, las materias, las clases siguen anquilosadas en el pasado. ¿No estamos en pleno siglo XXI? Eso no significa solo aulas repletas de ordenadores y pantallas digitales, es algo más, es una actitud, un cambio que poco a poco se va gestando en algunos centros pero que en la mayoría está a años luz. Y a mí me parece que ya está bien de agrupar a los alumnos solo por el criterio de la edad. Que ya está bien de cargarles sobre la espalda el "listo" o "tonto" (así o con otros términos políticamente correctos pero igual de limitadores) solo por notas que no cuantifican más que la inteligencia digamos académica. Que ya está bien de que el instituto sea un mundo pararelo, con materias especializadas sin conexión alguna ni entre ellas ni con la realidad, con horarios rígidos, con un funcionamiento, en definitiva, que más recuerda a una fábrica, a una cadena de producción, que a un lugar agradable donde aprender y crecer. Que ya está bien de que no aprovechemos los años que los alumnos pasan con nosotros para ayudarles a que todos puedan alcanzar su máximo potencial, independientemente de su nivel social o de su capacidad intelectual.

...

Tengo mucho, muchísimo que decir sobre esto, y diré más en otras entradas, seguro. Pero hoy terminaré aferrándome a la esperanza (a la vez que a la tristeza de la soledad) de que al menos yo -este curso más que nunca, ya me he cansado de las medias tintas- voy a trabajar de otra manera con mi alumnado, ofrecerles algo más que conocimientos, divertirme con ellos y sembrar en su interior la semillita de la confianza, la autoestima, la colaboración... para que después puedan florecer y contribuir a un mundo mejor.

El futuro ya está aquí y tarde o temprano las (j)aulas tendrán que abrirse.

CDR

domingo, 8 de octubre de 2017

LO IMPORTANTE

Lo importante es
saborear las cosas buenas
de la vida,
que suelen ser
pequeñas,
concretas,
que suelen pasar
desapercibidas,
mientras buscamos
hechos grandes,
abstractos,
que nos nublan la vista.

La excusa, siempre,
es que nos falta tiempo,
pero, ¿cuánto necesitas
para mirar al cielo?
¿Cuánto requiere pararse
y respirar tranquilo?
¿Llamar a un amigo?
¿Preparar una comida?
¿Escuchar una risa?
¿Sentir un abrazo?
¿Dar un paseo?
¿Oler una rosa?

Es importante
vivir las emociones
plenamente,
sin miedo,
siente.

Es importante
aceptar las cosas
como son,
aunque causen dolor,
crece.

Es importante
hacerte preguntas,
aunque no encuentres
respuestas,
duda.

Es importante
ser responsable
de tus errores,
pero sin culpa,
pide perdón,
aprende.

Es importante
fracasar con una sonrisa
y levantarse,
comienza.

Es importante
ser auténtico,
tener paciencia,
no juzgar,
observa.

Lo importante es
vivir más despacio,
reflexionar con calma,
alejarse de los titulares
estridentes
y acercarnos a lo verdaderamente
esencial.

CDR

lunes, 2 de octubre de 2017

POTENCIAL

Hace poco leí este cuento de tradición budista -que tiene muchas versiones- y me ha apetecido compartirlo hoy aquí:

"Érase una vez un hombre que iba andando por el campo. En un hueco en la roca encontró un nido de águila real, donde la hembra y el macho estaban muertos y junto a sus cadáveres habían dejado un huevo. El hombre se llevó el huevo a su granja y lo metió en el gallinero con todas sus gallinas.

Las gallinas empollaron el huevo como si fuera de gallina, lo cuidaron y finalmente el pequeño águila nació. Al salir del huevo, empezó a imitar a las gallinas, a picotear, a andar igual que ellas… y vivió como una gallina durante años.

Un buen día, una sombra cruzó el gallinero, y al mirar arriba vio un águila real que sobrevolaba la granja a toda velocidad. Asombrado por su majestad, su figura y su velocidad le preguntó a la gallina más cercana qué era ese animal, a lo que la gallina contestó:

– Eso es un águila real. Alcanza velocidades de hasta 200 kilómetros por hora, ve con ocho veces la precisión de los hombres y puede cazar a su presa desde distancias totalmente impresionantes.

Mientras escuchaba la explicación, el pequeño águila real miraba admirado hacia arriba y la gallina prosiguió:

– Pero no mires así. Tú eres una gallina como yo, y nosotras las gallinas jamás podremos ser como ese águila, tan majestuoso.

Y durante muchos años, el águila vivió como una gallina, y al final de sus días murió como una gallina, siempre recordando admirado cómo había visto una vez un águila real sobrevolar su granja.”


¿Qué hubiera pasado si mamá gallina le hubiera dicho a su hijo que lo intentara? ¿No hubiera conseguido el águila descubrir su capacidad para volar, su verdadera naturaleza, si no hubiese sido víctima de unas creencias limitantes?

Numerosos factores en la vida provocan que creamos tener muros donde en realidad tenemos ventanas. Busquemos en nuestro interior para reconocer nuestro potencial y aprovechemos las oportunidades para desplegarlo.

CDR